Cap 6 al 10 Cruz de navajas

Por Sarah Catheryn   Publicado a las  10:41 p. m.   1 comentario

Bueno, ya vimos aparecer a otro personaje. ¿Qué tendrá planeado Bella? No dejas entrar a un vampiro a tu casa -cuando no quieres que nadie sepa que tú también eres un vampiro- nomás porque sí. ¿Cómo interfiere Victoria en sus planes, o en su misión?
Cap 6Futuro.
Las manos descansando sobre el regazo y los tobillos cruzados uno tras otro, mientras sus ojos violetas no perdían detalle de todo lo que la rodeaba. Isabella iba sentada en el volvo de Edward Cullen, pero eso no garantizaba una conversación amena con el lector de mentes, una conversación era algo muy complejo para ambos, ya que tenían preguntas que no podían ser expresadas con total facilidad o la claridad suficiente para su satisfacción.
Aunque podían jugar un poco con las palabras y descubrir algo del otro, algo de real importancia o simple curiosidad, pero nada indiscreto para descubrir sus identidades como vampiros a sus acompañantes. Isabella entendía por qué razón guardaba el secreto de su “existencia” tan riesgosamente, pero no era consciente de por qué lo debía esconder de los Cullen, siendo éstos la familia de Carlisle, uno de los grandes amigos de Aro.


No podía oponerse a los mandatos de sus “creadores” o sus “padrinos” como los había designado anteriormente, aunque… ¿y si ellos lo adivinaban por su cuenta? Necesitaba una simple estrategia para que el secreto fuera descubierto y pudiera moverse con total libertad en Forks, podría cumplir su misión y ganar nuevos “amigos” en caso de necesitarlo próximamente.
Nunca había hecho amistad con otros vampiros, pues siempre que dejaba Volterra era para la caza y el exterminio, no tenía caso socializar con la presa si acabarías con su vida en escasos segundos. Eso no era un lazo fuerte ni una relación profunda, aunque tampoco anhelaba eso. Quería divertirse de vez en cuando con “gente” que la comprendiera y poder desahogarse con alguien cuando se sintiera en un ambiente pesado, pero Heidi no estaba para eso.
Heidi. Aún no entendía por qué la vampiresa de ojos violetas la había salvado aquella noche. ¿Para qué la necesitaba en aquél entonces, cuando todavía era una humana inservible y con un olor delicioso? No lo entendía. No es como si Heidi hubiera sabido la gran arma que estaba portando rumbo a Italia setenta y dos horas después de haber clavado los colmillos en la piel de su cuello y en una de sus muñecas.
Acarició sin pensarlo la cicatriz en forma de media luna en su muñeca izquierda, dado que la marca en el cuello siempre era cubierta por ropa o collares de listón. No sabía que Edward la miraba atentamente y reparaba en cada detalle de sus ojos y la forma en que sus labios intentaban sonreír o la forma en que lo hacían. Y mucho menos se había enterado, que él seguía el movimiento de sus dedos con total interés, solo para quedar en shock ante la forma de la marca…una marca que solo quedaba al ser mordido por un vampiro…
Edward Cullen estaba a un paso de adivinarlo, y estaba casi convencido de la inhumanidad de Bella, pero mientras ese molesto corazón siguiera latiendo, él no podría estar seguro. Y entonces Isabella se congeló y el brillo en sus orbes lilas se hizo más intenso, mucho más atrayente y maravilloso. Y él no pudo evitar sumergirse en esas piscinas de infinito misterio.
Ahogó un grito, pero el traicionero -y errático- latido del corazón la delataba. Las presas se acercaban demasiado a prisa, estarían pronto en Forks, pero no estaban solas. Dos vampiros de distintas apariencias y complexiones corrían a velocidad inhumana entre árboles verdes, sus ojos borgoña brillaban ante la sed. Pero no iban hacia Forks, la visión cambió de un minuto a otro…iban hacia Seattle. Y varios neófitos los acompañaban, y Victoria se reunía con ellos…
Lo sabía. Victoria sería de gran ayuda para acercarse a los otros seres inmortales y acabarlos a los tres a la vez, pero no contaba con el sonar de su celular, rompiéndose la burbuja de adelantos que había creado. Aun así, no respondió. Heidi podía llamar en otra ocasión, ahora ella debía arreglar todo antes que Edward decidiera comentar todo lo que sabía.
Se detuvieron en el aparcamiento del instituto, junto a un descapotable rojo, y anduvieron con elegancia hacia sus clases. Ella agradeció felizmente el paseo, pero Edward no hizo otra cosa que asentir y tomar otro camino. Y no se vieron hasta la hora del almuerzo, hora dónde Bella se sentó en la mesa de la familia Cullen-Hale.
-¡Isabella!- cantó Alice al verla andar hacia su mesa. -¿Cómo han estado tus clases?- Alice jugueteó con la roja manzana entre sus dedos, sin acercarla a sus labios en ningún momento.
-Bien, si es que puedo decirlo.- suspiró con fastidio. -Mike Newton no ha dejado de molestarme la última hora, y francamente estoy pensando si debo dejarlo vivo o no…- sonrió de esa forma maliciosa que tanto llamaba la atención de Edward, pues le daba un toque siniestro y a la vez sincero.
-Newton siempre es así.- respondió entre refunfuños Emmett. -Si decides matarlo, puedo ayudarte.- una sonrisa burlona tintineó en sus labios al tiempo que dirigía una mirada en dirección al nombrado.
Mike Newton giró el rostro para toparse con los hijos del doctor Cullen e Isabella Swan mirándolo. Un escalofrío recorrió su espalda y algunas pequeñas gotas de sudor empaparon su frente. Si las miradas matasen, él ya hubiera muerto. Pero las más intimidantes eran sin duda, la mirada envenenada de Isabella Swan, y la mirada furiosa de Edward Cullen.
Ambos curvaron sus labios en sonrisas maliciosas, al tiempo que mostraban un poco sus dientes y sus ojos se volvían oscuros y penetrantes. Mike giró el rostro y leves temblores recorrieron su cuerpo. Estaba aterrado.
Emmett estalló en carcajadas ante la reacción exagerada del rubio, al tiempo que Alice le daba un pequeño empujoncito a la pierna de Isabella para llamar su atención.
-”¿Puedes escucharme?”- cuestionó la pequeña de ojos dorados, creyendo que sus visiones tenían sentido. Isabella clavó sus penetrantes ojos en los de su compañera antes de asentir con su cabeza disimuladamente. -”Eres un vampiro, ¿verdad?”- se aventuró a preguntar mentalmente la de negros cabellos. Edward no podía escuchar los pensamientos de nadie en la mesa gracias al don de Bella, aunque claro, ella podía oír cada palabra.
-”Lo soy”- respondió mentalmente. -”¿Cómo lo sabes?”-
-”Nosotros también lo somos.”- rió suavemente la duendecilla, captando la atención de todos.
-”Ya lo sabía.”- sus dedos viajaron a la botella de agua que había comprado y se entretuvieron en jugar con la tapa. -”¿Tuviste una visión sobre eso?”-
-”En realidad, si. Te vi contándonos esto…”- el rostro de Bella cambió de inmediato de la sorpresa a la furia. Estaba molesta consigo misma por no haber sido más cuidadosa. Un detalle como aquél podría haber arruinado todos sus planes. Era tan idiota. -¿Pasa algo malo, Isabella?- le preguntó en voz alta, y pronto sintieron la mirada del resto sobre ellas.
Negó con la cabeza al tiempo que escuchaba su teléfono sonar. No habría diferencia si se marchaba o no, después de todo, Alice ya sabía lo que era.
-¿Bueno?- su voz sonó fría y muerta, captando la atención de todos en la mesa ante el cambio en su actitud. -¿Qué ocurre, hermana?- su tono se suavizó y ellos comprendieron el motivo.
-¿Estás sola?- preguntó Heidi con su melodiosa voz, obteniendo una negación por parte de Bella. -Entonces aléjate de ahí.- ordenó molesta.
-No tengo por qué hacerlo.- le reprochó la otra. -Si es importante dímelo ahora, sino cuelga.- frunció el ceño y esperó. El ambiente estaba tenso, pero le molestaba que sus planes se arruinaran.
-Si ellos…- empezó Heidi, pero fue cortada.
-No me importa.- repuso la otra. -Tres días, si es lo que quieres saber.- y cortó la llamada.
C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.
Heidi no podía creer lo que había ocurrido. ¿Cómo es que su hermana pequeña le había tratado de modo tan descortés? Talvez algo había salido mal, quizás los Cullen ya lo sabían y por eso no se había molestado en alejarse, o talvez ya no estaba de su lado…Isabella podía cambiar su estilo de vida en un instante, y estaba convencida que tarde o temprano se marcharía.
Había recibido el primer informe de Bella, y era consciente del choque entre los hermanos Cullen y ella, ¿qué pasa si ella decide quedarse con uno de los vampiros de ese clan? La posibilidad era de cincuenta y cincuenta por ciento. Ese chico, el lector de mente, el que la había tocado…él podría cambiar a Isabella en un instante…
-¿Qué va mal, Heidi?- escuchó a Cayo preguntar y se sintió preocupada de repente. Conocía muy bien el humor de los Vulturis como para molestarlos, pero Bella arruinaría las cosas a ese paso, y era mejor prevenir que lamentar.
-Isabella dio un plazo de tres días.- respondió honestamente, pero los ojos violetas no eran capaces de fijarse en los de su superior, descubriéndola al instante. -Y…me ha colgado.- suspiró y Cayo enarcó una perfecta ceja. -Dijo que no le importaba que los otros descubrieran lo que es, creo que estaba con el clan de Carlisle…- eso fue suficiente, pronto Aro y Marco estuvieron ahí también.
-¿Qué haremos?- preguntó Marco un tanto sombrío, como solía serlo antes de que llegara la vampiresa de asombrosos poderes. -No podemos dejarla suelta si no…-
Pero como siempre, Aro estaba preparado para calmar a sus hermanos e impartir las órdenes necesarias. Y su voz no se hizo esperar en aquél silencio sepulcral que se había apoderado de Volterra unos minutos atrás:
-Tranquilos, todos.- Ojos borgoñas y violetas centraron su atención en la figura de negra capa que flotaba a su alrededor. -Isabella no podría traicionarnos nunca, de eso no debemos dudar.-
-Nos debe lealtad, Aro.- repuso Cayo en tono amargo. -Pero lo más probable es que el Clan de Carlisle logre quedarse con ella y su poder.-
-No desesperes, Cayo.- Aro intentaba tranquilizar a todos, pero esta vez realmente le estaba costando trabajo. -Enviaré a Heidi, Demetri, Félix, Alec y Jane en diez días a Forks, ¿eso te complace?- Cayo rió encantado ante la solución. -Si la niña ha fracasado en su misión, o ha revelado demasiado a los Cullen, nuestros compañeros harán el resto del trabajo.-
-¿A qué se refiere con eso, amo Aro?- cuestionó Alec con respeto a su maestro. -¿La obligaremos a volver o debemos acabar con ella?- Jane sonrió ante la idea de terminar con su rival de una vez por todas, pero la ilusión pronto se rompió.
-Traerla de vuelta, por supuesto.- repuso Marco, el fiel protector y maestro de Isabella. -Aquí se decidirá lo indicado, pero si ella decide pelear…- negó con la cabeza y se vio preocupado. -Procuren no darle motivos para eso, quiero que vuelva a Volterra, no enterarme de una fogata en los bosques de Estados Unidos.-
Nadie dijo nada más, pero todos se planteaban la misma pregunta.
¿Qué pasaría en esos diez días? Y lo que fuera que deparara el futuro de Isabella, les daría los motivos suficientes para mandarla a juicio o matarla


Cap 7 Complot
Habían pasado veinticuatro horas desde que tuvo aquella visión, la misma que le había dado aviso sobre un nuevo peligro. Victoria estaba a su lado, se encontraba sentada en el sofá, y miraba de forma distraída el televisor. Isabella fingía hacer lo mismo, pero le resultaba imposible no pensar en lo que se avecinaba. Estaba tan al pendiente de cualquier alteración que pudiera cambiar sus planes, que ahora sus sentidos estaban en alerta.
Los segundos pasaban con una velocidad vertiginosa en esos momentos, como si el tiempo se pusiera en su contra. No tenía seguridad sobre poder acabar con todos y no levantar sospecha en los habitantes del pueblo o alterar a los Cullen debido a la lucha, y peor aún, ¿cómo podría estar en tres lugares a la vez?
Forks, Por Angeles y Seattle, debía estar en las tres partes, actuar en cada una y hacerlo con discreción. ¿Era eso posible? Debía serlo, ella era distinta, podría lograrlo. Solo debía usar alguno de sus “dones” y todo saldría bien. Podía paralizar al enemigo, o quizás si los privaba de todo sentido sería más sencillo, pero y… ¿si alguien se acercaba?
Si la enana de negros cabellos veía algo relacionado con los neonatos antes que apareciera, ¿y qué si ya había visto algo? Iban a interferir y sus dones se verían inútiles, pues no cabía en sí la posibilidad de aniquilar a algún miembro de aquél clan de vampiros vegetarianos. ¿Qué pensaría Aro si lo hacía?
No es que realmente le preocupara eso, podía arreglárselas para obtener su perdón, o podía amenazarlo con marcharse, eso siempre funcionaba, pero… ¿estaba dispuesta a decepcionar de tal modo a su maestro? No, no lo estaba.
Marco le dedicaría una profunda mirada de reprobación cuando narrara la forma en que acabó con la existencia de su amigo Carlisle, o cualquier otro vampiro cercano a él.
-Isabella.- el tono gutural de Victoria la devolvió a la realidad. -“No puedo creer que deba quedarme con ella.”
“No podrías marcharte aunque lo intentaras, por lo menos no con vida”. Isabella giró el rostro hasta mirar los ojos brillantes de su compañera. -¿Qué ocurre, Victoria?-
“¿Qué más puede ocurrir?” El tono sarcástico en los pensamientos de Victoria le dio ganas de reír, pero dejó que la cortina de desinterés siguiera cubriendo su rostro.
-Puedes ir de caza, pero no en los alrededores.- sentenció con voz monótona. Victoria no dijo nada, pero se puso de pie y salió por la puerta.
C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.
-¿Qué pasa si no quiere volver?- preguntó Alec a su hermana.
-No lo sé -respondió Jane-, y tampoco me importa.-
-Jane, querida, no entiendo ese odio por Isabella.- Aro flotó hasta donde se encontraba la hermosa criatura y le sonrió.
-Disculpe, amo Aro.- el vampiro curvó aún más los labios y estudió con habilidad los pensamientos de su fiel compañera.
-No seas tonta, querida.- le habló de nuevo. -No dudo del regreso de mi bella niña.-
-¿Cómo puede estar tan seguro?- cuestionó Alec con curiosidad. -Ella es inmune a todos nuestros dones, y es capaz de usarlos en nuestra contra, y lo sabe. Puede arrebatarnos todo en un instante.-
-Tranquilo, Alec, ella no se atrevería.- la voz de Cayo disipó algunas dudas en el inmortal, pero no todas.
-Hermano, no debes precipitarte, Alec tiene razón en algo.- Aro se movió hasta quedar frente a otro vampiro y tomó su mano entre las suyas. -Puede ser.- dijo.
-¿Qué ocurre, amo Aro?- cuestionó Jane con cierto interés.
-Isabella podría adaptarse a esa vida.- la respuesta no dejó satisfecha a la pequeña del todo.
-No.- intervino la recién llegada. -Ella no es capaz de hacer algo como eso.- sus ojos violetas se dirigieron al infante de asombroso don. -Se equivocan todos al dudar de ella.-
-Heidi, querida, no desesperes.- Aro hizo un gesto con la mano, quitándole importancia al asunto. -Ustedes irán pronto a verificar todo, no seamos impacientes.-
“Sé que miento. Ella no volverá por si misma, lo entendí la última vez.”
Heidi estaba convencida de un hecho como ese. Sabía que Isa… Bella no iba a regresar, no sin que la obligaran. Desde el momento en que la vampira había dejado Volterra, todo había sido pactado. Bella se quedaría en Forks por un tiempo mayor del estimado, y estaba cien por ciento segura que eso se relacionaba con los Cullen. ¿Qué si ella deseaba cambiar su forma de vida?
No podía culparla, era distinta. Muy, muy especial.
Era su hermana…pero no iba a obligarla a permanecer con ellos.
Iba a cuidarla…de eso tampoco dudaba.
C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.
La noche había pasado de forma calmada, sin incidentes ni mayores daños. Victoria estaba en una de las habitaciones, sin nada que hacer. Isabella, mientras tanto, estaba de nuevo sentada en el sofá, calculando las cosas, analizando cada acción y cada posible consecuencia. Y todo parecía ir bien.
Miró el reloj, la hora de irse al colegio había llegado. Se levantó del sillón y subió las escaleras lentamente, estudiando cada uno de los pensamientos de su acompañante, algo que hacía todo el tiempo. La puerta de su alcoba estaba entreabierta, era obvio que Victoria había merodeado minutos antes, ¿cómo era capaz de pensar que no se daría cuenta de la intrusión?
Todo olía de forma salvaje, no notaba su propio perfume en todo aquello. Talvez Victoria había tocado más de lo que debía. Abrió el closet, encontrándose con un gancho desocupado. ¿Qué intentaba al tomar una de sus prendas? Eso no estaba en la mente de la vampiresa, no había planes… ¿Acaso ella? No, eso no podía ocurrir. ¿O si?
Se vistió con lo primero que tomó: una blusa azul de manga larga y una falda de mezclilla ajustada. No estaba de humor para ponerse zapatos de tacón, así que tomó unos de piso. Se colgó el bolso al hombro y cerró la puerta con un poco más de fuerza de la necesaria, alertando a Victoria de su salida.
“Maldición” fue todo lo que pensó la otra ante el sonido de la puerta y la vibración en el piso.
-Me voy.- anunció en un murmullo desde la entrada Isabella, y cuando giró el rostro hacia la casa, los ojos rojos de Victoria la contemplaban en la ventana. No dijo nada, fingió no verlo, pero sentía que algo extraño estaba por ocurrir. Intentó ver más allá de lo establecido, pero el futuro estaba difuso. ¿Qué significaba eso?
Cuando entró al colegio muchos se le quedaron viendo, como era costumbre. ¿Por qué los humanos eran tan predecibles? Era imposible no dejarlos deslumbrados ante su condición, era lógico, pero, ¿no eran capaces de disimular aunque fuera un poco?
-Isabella.- una voz cantarina le llamó. “Alice planea algo, y dudo que me agrade”.
-¿Qué pasa, Alice?- preguntó contrariada, mientras la vampira de ojos dorados traducía un libro del francés al latín. -¿Por qué haces eso?- cuestionó aún más irritada.
-¿Hacer qué?- la sonrisa en los labios de Alice Cullen era de burla.
-No.- fue todo lo que respondió Isabella antes de emprender de nuevo el camino a su salón.
-Nos vemos en el almuerzo.- cantó Alice antes de desaparecer en un pasillo. ¿Qué planea ahora?”
-Hey.- dijo Edward cuando la vio sentarse cerca de él.
-Hey.- respondió ella sin inmutarse.
-Alice te buscaba.- dijo en murmullos y a velocidad vampírica el de ojos dorados. -Imagino que ya te encontró.- la sonrisa torcida que le dedicaba la desconcertó por un momento. ¿Qué era esa sensación?
-Si, pero no la he dejado terminar.- respondió con una sonrisa.
Edward se quedó observándola embobado, ¿qué había cambiado en ella? Se veía mucho más dulce, pero a la vez decidida. Como si acabara de resolver un gran problema y su libertad fuera absoluta.
-Creo que hablará a la hora del almuerzo.- habló una vez más, trayéndolo de nuevo a la realidad.
-Podemos escaparnos de la cafetería.- los ojos dorados de Edward brillaban. Estaba radiante.
-Lo pensaré.- los ojos violetas de la vampiresa mostraban una calidez extraña, como hace tanto no lo hacía. El hielo parecía haber comenzado a derretirse.
-Parece que estás de buen humor.- pronunció el muchacho, mientras Bella miraba al pizarrón fingiendo atención hacia el maestro.
-Lo estoy- dijo en respuesta-, pronto volveré a casa.-
El rostro de Edward quedó carente de emoción. Acaso, ¿pensaba marcharse? Isabella fue consciente de sus palabras, sabía todo lo que Edward sentía en ese momento, pero no quiso girarse a comprobar el daño que había causado. Debía volver a Italia pronto, terminar el trabajo y regresar con su familia. Era necesario.
Se estaba ablandando, y eso no podía seguir así. Si era débil no podría servir a sus señores, sería una inútil. Solo un estorbo. Les debía demasiado.
Cuando escuchó la campana que anunciaba el almuerzo no pudo sentirse más aliviada. Guardó todo en su bolso y, con Edward a su lado, se dirigió a la cafetería. ¿Qué querría Alice? No tenía una idea concreta, pero talvez era relacionado con lo que había temido: los neonatos.
-Isabella.- corearon los Cullen a la recién llegada.
“¿Qué pasa, Edward?” El rostro de Isabella se desfiguró ante la silenciosa pregunta de Jasper. Sabía que había hecho mal al decir aquello, debía haberse ido simplemente.
Edward negó con la cabeza y tomó asiento frente a ella. Nadie dijo nada por algunos minutos, minutos que parecieron horas, hasta que Alice rompió aquél tenso silencio.
-Quiero que vayas a casa.- dijo con la vista clavada en los ojos violetas de la vampiresa a su lado.
-Alice, no creo…- intentó justificarse, pero no pudo. ¿Cómo presentarse en aquella casa a escasas horas de enfrentar a un grupo de recién nacidos?
-Por favor, hazlo por mí.- ¿quién podría negarle algo a Alice?
-No lo sé.- murmuró y apartó la mirada. -No puedo, no, Alice.-
-Isabella, Carlisle quiere conocerte.- aquél nombre retumbó en su cabeza una y otra vez. Carlisle, Carlisle Cullen. Ella deseaba ver al creador de los vampiros vegetarianos en persona, tenerlo frente a ella y ser capaz de estudiarlo antes de partir. Quería conocer tantas cosas de aquel ser de extraño comportamiento. -Esme estará feliz.- asintió resignada.
El resto del día pasó sin imprevisto alguno. Durante biología Edward se mantuvo serio, en ningún momento miró hacia ella. Y por alguna razón desconocida, eso la molestaba. Cuando la clase por fin acabó, y siendo ésta la última, lanzó sus cosas dentro de la bolsa y salió a zancadas del lugar. Edward, quien la miraba desconcertado, y había creído oírla llamarle idiota en su mente, la siguió.
-Isabella.- a pesar de escuchar su nombre, no se detuvo. -Hey, espera.- la tomó del brazo y la miró de frente, intentando ver lo que albergaba su cabeza, pero no pudo. Talvez se había equivocado.
-¿Qué?- preguntó visiblemente molesta.
-No entiendo…- susurró desconcertado al tiempo que bajaba su mano. Ella lo observó unos minutos, luego siguió su camino y él volvió a seguirla. -¿Por qué estás tan molesta?- le preguntó cuando la alcanzó de nuevo.
-¿Por qué?- cuestionó la otra con tono sarcástico. -Haz estado ignorándome, ¿te parece poco?- él no respondió y ella se congeló. ¿Qué importaba aquello? Que era esa opresión en el pecho… ¿qué era?
“Isabella”. Ambos giraron sus rostros en la misma dirección. Ella molesta, él sorprendido.
Victoria estaba de pie, en la entrada del instituto de Forks, con la vista clavada en la figura de Isabella Swan.
“Pero, ¿qué demonios?” Los Cullen miraban a la desconocida con asombro, Isabella estaba parada con ellos sin decir nada. Alice miraba a ambas vampiresas, y luego a su familia. ¿Qué significaba eso?
-Isabella.- le llamó con su voz gutural la vampiresa de ojos borgoña. La de ojos violetas avanzó hacia ella casi por impulso, pero Edward la tomó del brazo con brusquedad y la obligó a quedar pegada a su costado.
-No la sigas.- le dijo en un susurro, pero Victoria alcanzó a escuchar y se rió.
-Edward, por favor.- dijo ella con voz suave. Él la liberó y la vio acercarse a la otra sin vacilación. Su mentón estaba rígido, y sentía que iba a estallar de pura ira. Pero Isabella no parecía asustada.
-Victoria, ¿qué haces aquí?- le preguntó tan pronto la tuvo en frente.
-Solo quería ver a los otros.- dijo con desdén, sometiendo a cada uno de los Cullen a un severo escrutinio.
-Calla.- ordenó con voz queda. -Acabas de arruinarlo.-
-Ellos… ¿no lo sabían?- sus ojos se abrieron en desconcierto. Pero en sus adentros sonreía por la maldad que había cometido.
-No.- cortó la otra de forma fría. -Vámonos.- le tomó la mano y la arrastró fuera de aquel lugar, internándose en el bosque con ella.
-Basta ya.- Victoria se soltó del agarre y se apartó unos pasos. -No tengo por qué obedecerte.-
-Victoria, Victoria, Victoria.- dijo ella con énfasis. -No tienes la menor idea.- la otra abrió los ojos como platos. “¿Qué le ocurre?” pensó la de cabello rojo. -Mi querida, Victoria.- sus labios se curvaron en una sonrisa sádica.
Victoria se quedó inmóvil, paralizada.
-Yo fui enviada para buscarte.- dijo Isabella con lentitud. -A ti, y a tus amigos.- Victoria intentó pronunciar palabra alguna, pero de su boca no escapó ningún sonido. -No debiste arruinar mi fachada hoy.-
-¿Quién eres?- logró preguntar.
-¿Importa acaso? Iba a matarte con el resto, pero haz adelantado lo inevitable.- sus manos se movieron con agilidad y sacó un par de pequeñas dagas. Las hizo girar entre sus dedos y miró de forma dura a la vampiresa de ojos rojos.
-Eres una de ellos, una Vult…- antes que terminara de hablar, una de las cuchillas desgarró su cuerpo y solo fue capaz de aullar de dolor y furia.
De Victoria solo quedaron los restos de una fogata apagada con el pasar de los segundos.
C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.C.d.N.
El timbre en casa de los Cullen sonó una vez antes de que Alice saltara del sofá para abrir la puerta. Isabella estaba de pie ante ella, vistiendo unos jeans negros y una blusa de color rojo quemado. Su cabello estaba suelto y le caía por la espalda.
-Carlisle, Esme, ella es Isabella Swan.- la presentó Alice ante sus padres.
-Un gusto, querida.- Esme la abrazó cariñosamente.
-Eres bienvenida, Isabella.- le dijo Carlisle antes de apretar su mano suavemente. “Es extraño, pero no parece una chica normal. Su olor es muy dulce, como de nuestra…especie. Es imposible, escucho su corazón… No creo que sea… No puede ser la misma chica… La chica que Aro…” Solo ella era capaz de escuchar en esos momentos los pensamientos de Carlisle, pues el don de Edward estaba siendo bloqueado en ese instante.
Carlisle.” Dirigió su pensamiento hacia él, tal como lo había hecho con Aro una vez. El aludido la miró curioso. “Yo soy esa chica.” El doctor la miró sorprendido, tanto por haber escuchado sus pensamientos, su afirmación y el don. No sabía qué lo sorprendía más.
-Isabella.- pronunció despacio. “Isabella Marie Swan Vulturi”- ella asintió aún sin soltar su mano. -Mis hijos…-
-Solo Alice.- dijo antes que los demás fueran capaces de escuchar la pregunta. “Excepto lo de los Vulturi”.
Todos observaron a la muchacha y a Carlisle con curiosidad. Jasper estaba nervioso, algo raro estaba ocurriendo.
-Quiero contarles mi historia.- susurró Isabella al tiempo que soltaba la mano del líder de los Cullen y le dedicaba una mirada profunda a la pequeña Alice.
Cap 8 Noche.
En la sala de la enorme mansión Cullen reinó el silencio por algunos minutos. Los ojos dorados de Carlisle Cullen se clavaron en los ojos borgoña-violeta de Isabella Swan, mientras el resto de la familia permanecía tras su líder, parados en línea recta y sin despegar la mirada de la figura femenina de castaña cabellera. Alice Cullen, única conocedora del secreto de Isabella, dio un paso al frente y le sonrió a su padre cuando ambos fijaron su mirada en ella.
-Un gusto conocerte, Isabella.- murmuró Carlisle. –“Es momento de que sepamos la verdad sobre ti. ¿Qué hace una vulturi en nuestro territorio?” – el pensamiento del líder de los Cullen fue oído por la vampiresa, más ésta, solo negó con su cabeza, dando a entender que no hablaría del asunto, al menos esa noche.
-El gusto es mío, Sr. Cullen.- respondió educadamente, justificando de ese modo el movimiento de cabeza que los demás no habían comprendido.
-Toma asiento, Isabella.- dijo Esme, la madre de los Cullen, con su tono maternal, mientras miraba con curiosidad a la muchacha de ojos violáceos y nívea piel.
La aludida se sentó en uno de los blancos sillones, y a su lado se sentaron Edward y Jasper, sobre el que se encontraba su adorable y pequeña esposa. Emmett y Rosalie se acomodaron en otro sofá, dejando un sitio para Esme, y Carlisle ocupó el sillón individual.
-Puedes iniciar, Isabella.- habló Carlisle con tono serio. Ella sólo asintió, mientras todos –a excepción de Alice- miraban a Carlisle y luego a la chica.
-Nací en Barcelona, España, en 1935.- en la sala reinó un silencio sepulcral. –Hija de Charlie y Renée Swan. Mi padre murió antes de que yo naciera, y mi madre estuvo sola desde entonces, hasta que encontró a alguien capaz de cuidar de nosotras. Phil Dywer, un hombre de buen nombre y grandes amistades. Pronto nuestro hogar se vio lleno de dicha y vivíamos en armonía…- se detuvo, sumergida en los recuerdos, ausente de la realidad.
-¿Qué ocurrió entonces, cariño?- preguntó con ternura Esme, invitándola a continuar.
Los labios de Bella temblaron, y el color de sus ojos comenzó a tornarse opaco. Su mente se llenó de imágenes, imágenes de ese pasado que tanto había deseado borrar en esos años. Un pasado que ahora podía narrar libremente…
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La ciudad era azotada por una fuere lluvia. La gente se refugiaba en sus hogares, y los niños miraban tristemente -por las ventanas- aquellas gotas de agua que les impedían salir a jugar. Todo Barcelona estaba oculto tras oscuras nubes, mientras fuertes estruendos rompían la tranquilidad de la tarde. Relámpagos encendían el sombrío paisaje cada instante, dándole al ambiente un manto lúgubre y siniestro.
-¡Basta!- gritó una chiquilla de apenas quince años. Sus orbes color chocolate estaban húmedas y retenían, con mucho esfuerzo, las gotas saladas que rogaban por escapar de ellas.
El hombre la miró encolerizado y se apartó de la mujer que ahora se encontraba en el suelo, con los labios manchados de sangre y algunos moretones en sus blancos brazos.
-¿Quién eres tú para levantarme la voz?- preguntó el hombre a la niña, mirándola con una superioridad que daba asco.
-No vuelvas a tocarla.- amenazó la pequeña entre dientes, mirando con descaro a su padrastro. –No entiendo por qué se fijó en ti. Eres una basura.- su mejilla pronto quedó dolorida por la bofetada recibida, y aunque algunas lágrimas brotaron de sus ojos, la mirada firme no se borró.
-¿Quién te crees, niñita?- cuestionó con furia el hombre, mientras sujetaba con violencia a la muchacha por los hombros. –Responde, Isabella.- comenzó a zarandearla, para luego escupirle en el rostro y lanzarla al suelo. Luego se marchó.
-¿Mamá?- preguntó a la mujer, acariciando las mejillas empapadas de su madre.
-Tranquila, estoy bien.- intentó ponerse de pie, pero cayó al suelo de nuevo. Isabella notó entonces los demás golpes, marcas provocadas por los puños y las patadas de aquella bestia que ella debía llamar padre y respetar ante la sociedad.
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-Ese fue sólo el comienzo.- dijo aún ausente. –Las peleas verbales se volvieron cosa de todos los días, a veces solo abofeteaba a mi madre y luego se marchaba. Hubo ocasiones donde ambos se golpeaban, mi madre siempre tuvo un carácter extraño: en ocasiones era muy dulce, otras, peor que el demonio.- una pequeña sonrisa se extendió por sus labios rosados, pero pronto desapareció.
Nadie dijo nada por algunos minutos. Alice estaba apoyada en el pecho de su esposo, y sus ojos dorados estaban apagados, parecía a punto de llorar. Carlisle estaba ausente, perdido en un torrente de emociones. Y ella continuó.
-La actitud de Phil no cambió, y mi madre comenzó a volverse sumisa ante él. Estaba asustada, yo lo sabía, pero se negaba a contarle a alguien nuestros problemas. Si el la humillaba, ella no renegaba ya, se quedaba callada o bajaba la mirada. Si él la golpeaba, ella ponía la otra mejilla. Era enfermizo. Esa ya no era mi madre, y cada día detestaba más su comportamiento. Phil se aprovechaba de ella, la obligaba a trabajar como una criada en su propio hogar, y constantemente la ofendía frente a sus amigos. Yo estaba harta, pero él era mucho más fuerte que yo, me lo había demostrado cada vez que interferí en las palizas a las que sometía a Renée. Yo no temía por mí, sino por mi madre, por lo que comencé a ser más tranquila y dejé de levantarle la voz. Una que otra vez se me escapaba la situación de las manos, pero bastaba una bofetada para que recuperara la cordura. Por las noches solía llorar en mi pieza, rogaba a los cielos que el sufrimiento de mi progenitora acabara, pero el día no llegaba. Y cuando lo hizo, no fue como yo esperaba.-
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-¡Estoy harto de ti y de tu estúpida hija!- gritó Phil antes de azotar la puerta y abandonar la casa.
La chica de cabellera castaña corrió hasta la sala, ayudando a su madre a levantarse del frío piso. La mujer intentó brindarle una sonrisa a su hija, pero sólo logró formar una mueca en sus labios. Tenía un ojo morado y el labio partido, algún moretón más en su rostro, los brazos cubiertos de rasguños y las piernas lastimadas, sus rodillas sangraban y sus cabellos lucían desordenados.
-Esto debe acabar, madre.- sentenció con firmeza la muchacha, frenando con un movimiento de cabeza las lágrimas que intentaba empapar su rostro. –No puede seguir tratándote así. No puede.- susurró torpemente, frenando los sollozos traicioneros que escapaban de su pecho.
-Puede hacer lo que desee.- dijo con sumisión la mujer. –Soy su esposa y le pertenezco.- pensaba decir algo más, pero su hija la interrumpió.
-Eso no es verdad.- negó ella molesta. -¿Cuándo dijo Dios que la mujer había nacido para ser humillada por el hombre?- cuestionó a su madre. -¿Dónde está escrito que debes ser pisoteada por tu esposo?- ella no dijo nada, y la hija cayó al suelo de rodillas, aferrada a la falda de su madre. –Por Dios, y por el recuerdo de mi padre, Charlie Swan y no esa bestia que te lastima cada día, marchémonos de esta casa, de Barcelona o de España si lo deseas, pero vámonos.- rogó entre lágrimas.
-No puedo, Bella.- sollozó Renée Swan, cayendo de rodillas junto a su hija y abrazándola cariñosamente. –Pero tu sí, sal de aquí ahora, vete lejos y sé feliz.- la muchacha sollozó más fuerte y negó con la cabeza tercamente, alegando que jamás se apartaría de su madre. –Por el amor de Dios, Isabella, hazlo por mí y por tu padre, por su recuerdo y el mío.- la chica no respondió, pero se abrazó con más fuerza de su mamá.
Y las horas pasaron, y ninguna se movió. No, hasta que la puerta se abrió con violencia.
-Par de estúpidas.- escupió el hombre con desdén. –Levántate del suelo y haz la cena, vieja inútil.- su aliento alcohólico pronto llenó la habitación, y la botella de vino que traía en la mano cayó al suelo, derramando lo que quedaba de licor en el piso. –Y tú, chiquilla tonta, ve y compra otra botella.-
Ambas mujeres se levantaron y Renée se apresuró a hacer la cena para su esposo, mientras Bella sacaba un poco de dinero del frasco de la comida y se disponía a salir de casa. Pero Phil la cortó antes de llegar a la puerta. La tomó por el brazo y la aprisionó entre su cuerpo y la pared cuando Renée no miraba.
-No tardes mucho, Bella.- le dijo en un susurro apenas audible. –Tengo planes para nosotros dos esta noche.- ella no dijo nada, pero salió disparada en cuanto tuvo la oportunidad.
El camino a la licorería fue largo y tortuoso, estaba oscurecido y casi no había gente en la calle. El aire fresco le azotó el rostro mientras atravesaba un callejón oscuro, y sintió un miedo terrible al irse aproximando a su casa. Un mal presentimiento se apoderó de ella, y corrió dentro de la vivienda, para encontrar su peor pesadilla vuelta realidad.
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Se detuvo abruptamente, y todos se tensaron en sus lugares al verse devueltos a la realidad. El tono en que narraba los hechos los había hecho entrar en una especie de transe, y casi fueron capaces de ver lo que había ocurrido con sus propios ojos. Como si se tratase de una película.
-¿Qué ocurrió entonces? ¿Qué encontró?- cuestionó Emmett con su voz repleta de ansiedad. Rosalie apartó la mirada de la muchacha, y llevó por instinto las manos a sus brazos, para comenzar a frotarlos como si tuviera frío. Alice se aferró más a Jasper, y éste comenzó a mandar ondas de tranquilidad en todas las direcciones posibles. Esme mantenía una mano sobre su boca, intentando mantenerse serena. Carlisle sujetaba la mano libre de su mujer entre las suyas, y miraba de reojo a su hijo, Edward, quien mantenía los puños crispados y los ojos oscurecidos por la furia.
-El mató a mi madre aquella noche.- dijo entre sollozos que alarmaron a todos. –No me explico el motivo cuando se lo pregunté, pero me demostró una de las causas.- su voz sonaba lastimera, y todos pudieron sentir su dolor en carne propia. –Jamás quiso a Renée, jamás sintió nada por ella, sólo…sólo deseaba adueñarse de su estúpida e inútil hija.- se llevó ambas manos al rostro, parando el llanto que amenazaba con dominarla. –Y claro, como tontas caímos en la trampa.-
-No entiendo.- susurró Alice en tono demasiado bajo para un humano normal. -¿Cómo pueden existir personas así?- su voz se quebró y tuvo que ocultar su rostro en el pecho de Jasper de nuevo.
-La mató para poder manejarme a su merced. Aquella noche abusó de mí, puso sus asquerosas manos sobre mi cuerpo, y estuve a punto de matarlo, pero me fallaron las fuerzas, sólo fui capaz de golpearlo con una botella para dejarlo inconsciente. Y escapé.- dijo lentamente, ausente de nuevo.
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El golpe sonó seco, y se escuchó el eco que produjo en la casa ahora vacía. Se puso de pie con torpeza y se vistió apresurada con lo primero que encontró. Se colocó los zapatos mientras salía de casa a la mayor velocidad que sus piernas –ahora adoloridas- le permitían.
Gotas de sangre trazaban el camino que sus pies le guiaban, mientras más de ese líquido rojo corría por la mallugada y blanquecina piel de sus largas piernas. Corría en la oscuridad, mientras el resto de la gente –aquella que podía disfrutar de la tranquilidad y el calor de sus familias- se encontraba pacíficamente en sus hogares. No había una sola alma errante esa noche, a excepción de la suya. O al menos eso creía.
Tropezó en un callejón húmedo y frío, sus piernas flaquearon e impactó contra el asfalto; ya no fue capaz de levantarse. Cerró los ojos y dejó que varias lágrimas se libraran de sus ojos y mojaran el suelo del callejón. Escuchó ruido, pero no quiso mirar a quién fuera el causante. No importaba ya.
Pasos seguros retumbaron en el silencio de la noche, y ella no fue capaz de detener el nerviosismo que comenzaba a hacerla presa de una tortuosa necesidad de escapar. ¿Qué tal si Phil la había seguido y ahora la mataba? Y peor aún, ¿si la dejaba viva, pero siendo su “mujercita”?
Y entonces una figura se posó ante ella. Era una mujer, joven, de figura espectacular. Pero lo que captó su atención, fueron la belleza tan peculiar de la desconocida y sus ojos violetas, ahora oscurecidos. No pudo evitar sentirse aliviada al clavar su mirada en la de aquella hermosa mujer.
Había leído las descripciones de varias criaturas similares: belleza descomunal, ojos que cambian de color, atractivo aroma dulce, voz aterciopelada, piel pálida, velocidad inhumana… Estaba segura, no podía errar, esa criatura era un vampiro, era una vampiresa. La vampiresa que acabaría con su vida en unos segundos, la que le ayudaría a reunirse con su madre pronto. Y eso, en aquél momento de desesperación, le pareció el mejor regalo de los cielos.
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-¿Ella fue quien te transformo, no?- inquirió Carlisle con tono serio. Sus ojos miraban fijamente a la vampiresa, buscando la verdad en ella.
-Si, ella lo hizo.- dijo en un murmullo. –No sé que vio en mí en aquellos momentos para tomar esa decisión. Era una frágil humana, desangrándose y con un olor delicioso. O al menos eso dijo ella, y aun así, aquí estoy.- una pequeña sonrisa, o intento de una, se extendió por su rostro. –Yo sabía que ella era un vampiro, y no le temía. Ansiaba tanto la muerte en ese momento, que yo misma le ofrecí mi sangre. Le mostré mi cuello y la dejé morderme, solo ansiaba que todo se fuera. Y fui feliz cuando sus colmillos atravesaron mi piel, porque todo el dolor desapareció.-
-¿Qué dices?- cuestionó sobresalto Edward. -¿Qué hay del dolor de la transformación?-
-¿Dolor?-preguntó inocentemente. –No hubo tal cosa. No sentí nada, y llegué a pensar que había muerto, pero había demasiado ruido para ser el infierno. Abrí los ojos esperando ver dónde me encontraba, no entendí nada al principio, sólo que seguía estando en el mundo, aunque ya no me encontraba en Barcelona.-
-Debo suponer que tuviste algo que ver con el asesinato en 1950, ¿me equivoco?- el tono de Carlisle era apremiante.
-No, no te equivocas.- sentenció ella. –Yo fui responsable de semejante acto, y no me arrepiento de ello. Ese hombre destruyo mi vida y acabó con la de mi madre, era justo que le regresara el favor.- dijo seriamente ganándose una extraña mirada de todos los presentes. –Es por ese crimen que he sido condenada a escuchar el latido de un corazón que se ha detenido hace más de cincuenta años.-
-Eso es algo que me intriga de tu condición vampírica. ¿Cómo es que puedes poseer tantas cualidades humanas?-
-Yo tampoco lo entiendo, Carlisle.- respondió ella. –Cuando acabé con la vida de…ese hombre, mi corazón latió de nuevo y muchas cosas que los humanos poseen despertaron en mí, como la capacidad de sonrojarme o llorar. La teoría que manejamos es que ansiaba tanto la vida de ese hombre, que pasó a ser la mía propia. Parte de mi don, como diría mi hermana.-
-¿De qué don haces mención, Isabella?- le preguntó Jasper, quien hasta el momento se había mantenido en silencio total.
-Este mismo.- dijo tomando la mano del aludido entre las suyas. Todos se tensaron y Jasper cerró los ojos, pero nada pasó. –No se asusten, no es nada malo.- dijo con una sonrisita. –Puedo copiar los dones de otros vampiros al contacto.- Edward y Alice se tensaron de nuevo.
Bella comenzó a reír musicalmente, pero pronto se vio interrumpida por una visión inoportuna: un neonato. El vampiro neófito deambulaba por el bosque de Forks, desorientado, y parecía estar muy cerca del pueblo. Debía darse prisa y detenerlo.
-¿Isabella?- preguntó Alice a la muchacha, dándose cuenta que había tenido una visión, tal y como solía tenerlas ella.
-Debo irme.- susurró, y antes que pudieran decir algo, Isabella Swan ya no estaba.

Poder.
El cielo estaba totalmente oscurecido en esos momentos. A pesar de ello, nubes espesas –anunciantes de tormenta- lo cubrían, esperando el momento adecuado para desencadenar su furia sobre el pequeño pueblo de Forks. Bella estaba de pie a mitad del claro, alerta, decidida…
Había salido de la mansión Cullen con la mayor rapidez que le permitía su condición inmortal, usando gran parte de sus dones para escapar sin ser detectada y sin dejar rastro. No era muy difícil para alguien como ella, pero era preferible ser precavida que dejarse atrapar por la curiosidad de sus nuevos amigos. Marco le explicaba constantemente, y sin falta, que nunca se debe dar la espalda al enemigo, y que es mejor tener cerca a éste cuanto más sea posible.
Y eso es lo que pretendía ahora, mantener cerca a los Cullen, lo suficiente para usarlos de ser necesario, pero a la vez lo bastante apartados como para no descubrir su identidad de Vulturi. Isabella siempre había sido así, en exceso precavida, aunque en ocasiones no lo aparentara.
-Es hora.- sentenció con voz fría, mientras centraba su mirada en uno de los lados del bosque, pretendiendo localizar al neófito que exterminaría en esos momentos.
Y no pasó mucho tiempo antes que lo viera por fin. Era un chico de unos quince años, de tez completa y totalmente pálida, de labios rosados y ojos rojos como la sangre. Era una criatura terriblemente hermosa, y por poco se distrae lo suficiente para no ver a su compañera: una chiquilla de doce o trece años, de largos cabellos rubios y ojos borgoñas profundos e intimidantes. Ambos infantes quedaron inmóviles a escasos metros de ella, mirándola con una admiración casi considerada adoración.
Bella contempló a los niños con recelo, leyendo sus mentes infantiles plagadas de recuerdos humanos y el infierno que requería la transformación. Y vio en sus mentes a los dos vampiros que restaban: Laurent y James, los causantes de todo aquél calvario.
-No quisiera tener que hacer esto, niños.- pronunció la vampiresa de ojos violetas con una falsedad claramente evidente. –Pero, no puedo aceptar que anden sueltos.- tomó dos dagas, las que siempre traía consigo y apuntó a ellos.
Las cuchillas salieron disparadas en la dirección de los pequeños, pero al llegar hasta sus blancos, estos ya no estaban. Isabella miró con detenimiento el detalle, analizando como sus víctimas habían desaparecido ante sus ojos, y como la barrera que creía haber puesto antes ellos no se encontraba activa. Giró sobre sus talones, procurando no perder detalle de su entorno, y fue cuando escuchó el sonido que la puso alerta…
Eran pasos. No uno ni dos, o tres y cuatro, eran demasiados. Podía contar fácilmente cincuenta pares de pies moverse a velocidad vampírica. Algunos árboles del bosque comenzaron a caer, y uno que otro grito fue acallado. Y ese fue el momento donde los vio, eran muchos chicos, entre los doce y los dieciocho años, con ojos rojos ardiendo en llamas. Los dientes descubiertos y sonoros rugidos que escapaban de sus pechos, mientras contemplaban con odio la figura femenina inmóvil en el claro.
-Demonios.- exclamó cuando sintió sus brazos ser sujetados tras su espalda.
-Nunca bajes la guardia, princesa.- una voz tremendamente seductora cantó en su oído. –Isabella Vulturi. ¿Realmente eres lo mejor que tienen?-
Bella se libró del agarre velozmente, lanzando a su captor varios metros hacia atrás. Éste sólo la miró con diversión, como si se tratase de un pequeño juego.
-Vamos, cariño, no puedes ser tan brusca.- James sonrió con arrogancia, mirando a la muchacha con detenimiento.
-¿Qué pretenden al hacer esto?- lanzó una mirada a las filas de neófitos rodeándolos. -¿Cuál es el plan?
-¿Plan?- James rió con musicalidad. –Ninguno, niña. Sólo nos divertimos.-
-¿Divertirse? ¿Llaman a esto diversión?- preguntó molesta, notando como la rabia crecía en su interior. James no respondió, sólo se limitó a ensanchar su sonrisa.
E Isabella no esperó más para atacar, aunque fue recibida por los neófitos a la vez. Su poder era demasiado fuerte, pero no podía ocuparse de tantos inmortales a la vez, mucho menos si debía acabar con un ser como lo era James, o su compañero, Lauren.
La lucha no era pareja, no importaba que Bella fuera indestructible, no podría sola. Y por vez primera, deseó haber llevado a alguno de sus hermanos con ella. Isabella Vulturi necesitaba apoyo, pero, por el momento, no lo tenía.

La lluvia golpeaba con violencia el suelo, y los truenos acallaban todo rastro de la lucha que se llevaba acabo en algún lugar de aquél bosque espeso. Edward corría a velocidad vertiginosa, saltando entre los árboles caídos. Alice venía tras él, analizando el futuro del pueblo y de la propia Isabella; pero éste cambiaba tan rápido que le era imposible determinar cuál era el correcto. Jasper permanecía atrás, cuidando a todos los miembros, mandando ondas de tranquilidad al clan.
Carlisle no sabía si debía revelar que la joven era miembro de la guardia real, algo que posiblemente lograría calmar a su hijo. Esme por su lado, no deseaba participar en semejante matanza, pero era necesario para proteger a su familia. Rosalie estaba entre molesta y ansiosa, sentía que algo pasaría si no estaba presente. Talvez había sido la historia de Bella lo que la hizo identificarse, y aún así, no le importaba el final de todo aquello. Emmett iba feliz por una buena pelea, lo que no era inusual en él.
-Espera, Edward.- cantó Alice cuando su hermano aceleró su ritmo. –Casi lo veo…- se detuvo en seco, sorprendiendo a todos los miembros de la familia. –Ella…
-¿Qué pasa, Alice?- le preguntó Esme con tono maternal, mientras acariciaba sus negros cabellos con cariño.
-Ella… es sorprendente.- Alice sonrió feliz, viendo como la chica obtendría la victoria al final. –Aún así, nos necesita.- Y corrió, dejando a todos estáticos. Edward pronto imitó el movimiento y la superó, deteniéndose al entrar al lugar de la pelea.
Bella se encontraba acorralada en un árbol por un vampiro de ojos rojos. En el suelo, descansaban los restos de distintas fogatas, y por lo que pudo leer en la mente de Alice, eran por lo menos treinta de los cincuenta iniciales.
-Hey, Edward.- le llamó Jasper. –Creo que ha agotado gran parte de sus energías.-
Isabella permanecía inmóvil, mirando los ojos oscurecidos de su captor. James la miraba con diversión, mientras con una mano la mantenía por el cuello, con la otra le acariciaba la mejilla enrojecida.
Bella respiraba con dificultad, a pesar de ser innecesario, y su corazón latía a un ritmo desenfrenado. Cayo le había advertido sobre eso, si el corazón se detenía, era probable que su existencia acabara también. No estaba dispuesta a dejar que eso ocurriese. Reunió fuerzas suficientes para sacarse a James de encima, logrando lanzarlo veinte metros. Cayó al suelo agotada, con el corazón casi sin latir. El miedo se apoderó de ella unos instantes, pero pronto recobró la compostura.
Los Cullen se movían a gran velocidad entre los neófitos. Logrando acabar con ellos en un instante. Sin embargo, la pelea apenas dama inicio. Un grupo mayor al inicial de neonatos apareció en el claro, siendo acompañados por Laurent. Todos eran pequeños niños de ojos rojos y afilados colmillos. Pequeños que no tenían la culpa de los planes de ese par.
Isabella los contempló con cierta pena, imaginando el dolor de los padres de esas criaturas al no volver a saber nada de ellos. Y, a pesar de ello, siguió con su trabajo. James apareció de nuevo, furioso, y arremetió contra ella.
Isabella cayó al suelo, con el pesado cuerpo de James sobre el suyo. Sus ojos se toparon, pero no fue capaz de actuar. Una visión nubló sus pensamientos, lo que dio oportunidad para que James la atacara con toda su fuerza.
Edward corrió hacia ellos y se enfrentó a él. Mientras Esme se alejaba de semejante acto de exterminio para proteger a la vampiresa mientras estuviera perdida. La visión de Isabella revelaba muy poco sobre lo que acontecía. Sabía que iban a ganar, más no cómo ni cuándo.
Había visto imágenes de Volterra. Todos estaban reunidos en la sala, observándose unos a otro. Veía el rostro satisfecho de Jane, mientras se colocaba la capa. Ellos vendrían pronto, de eso no había duda.
Isabella se recuperó lo más pronto que pudo y se lanzó sobre Laurent, logrando acabar con él en un instante. Estaba harta de la lucha. ¿Cuántos niños había tomado como víctimas ese tal James? No parecían acabarse. ¿Dónde los mantenía ocultos?
Agradecía a los Cullen por su ayuda, pero a la vez sabía que estaban estorbando. Podría acabar con decenas de ellos en un solo movimiento, pero, ¿qué pasaba si uno del Clan vegetariano caía en la trampa? No estaba dispuesta a correr ese riesgo.
La lucha se prolongó durante horas. Horas que parecieron eternas. Cientos de neófitos fueron asesinados por ellos. Carlisle ya no soportaba más. Sentía que estaba cometiendo un enorme pecado. Y Jasper estaba cansado por el torrente de emociones con las que estaba lidiando. Edward seguía enfrascado en una lucha con James, una lucha que parecía incapaz de ganar.
Y todo seguía así. No había señales de fin. Isabella estaba harta de ello. Su furia iba en aumento al ver sus planes fallar de forma tan atroz. Quería acabar con todos de una vez, pero no le era posible. A menos que…
-¡Edward!- gritó de repente, logrando que todos giraran en su dirección. La distracción permitió que James lo apartara de sí. Bella usó eso como una buena señal. Sacó varias dagas y las lanzó en dirección de James, quien las esquivó.
Isabella cerró los ojos un momento. Se arrodilló sobre el pasto y extendió sus manos. Cuando abrió los ojos de nuevo, éstos habían adquirido un matiz intenso. James se congeló en su sitio, mientras sus ojos miraban de un lado a otro. Nadie sabía lo que ocurría, pero la presencia de Bella se volvió intimidante en un instante.
Dos dagas pequeñas giraron en sus dedos y una sonrisa siniestra se apoderó de sus labios. Las lanzó en dirección de su presa, dejándolo clavado en un árbol. El Clan de Carlisle miraba con asombro la escena, incapaces de creer tal espectáculo. Los dedos de Isabella marcaron en el aire varias líneas que no parecían tener sentido, hasta que los aullidos de James les demostraron lo contrario.
Su cuerpo estaba siendo despedazado lentamente y el fuego comenzó a arder ante sus pies. Bella miraba todo con atención. Recordando la última vez que había hecho eso. Los Cullen, por su parte, eran incapaces de dar crédito a eso. ¿Era posible hacer algo así? No lo sabían. ¿Qué tan asombrosa era Isabella Swan? No estaban seguros de desear descubrirlo.
-Todos atrás.- susurró. Y de inmediato el Clan vegetariano se colocó a una distancia prudente. –Esto acabará ya.- parecía hablar consigo misma.
Con un movimiento de sus manos reunió a todos los neonatos a su alrededor. Fácil serían unos trecientos más. No creía posible eso, no estaba segura de que funcionara. Reunió todos los dones que había adquirido en su existencia, formando una corriente violeta a su alrededor.
Alice miraba con diversión todo aquello, el resto con asombro. Bella movió sus manos una última vez, logrando que el aire cambiara de color y se dirigiera a todos los neonatos. Cortándolos por la mitad. Un fuego enorme devastó el prado, acabando con todo rastro de aquellas criaturas hambrientas.
Isabella sonrió de nuevo. Sabiendo que había concluido esa misión. Sin embargo, ya no escuchaba latir su corazón. Sintió los ojos pesados y se vio forzada a cerrarlos. Tan pronto lo hizo, su cuerpo cayó al suelo pesadamente.
Los Cullen corrieron hacia ella. Carlisle la observó, incapaz de saber que ocurría. No era propio de un vampiro poder hacer todo eso. Lo que le preocupaba era el sonido que ya no percibía. No había pulso, no había color. Ahora Isabella Swan parecía un vampiro de verdad.
Cap 10
Caída.
Carlisle Cullen tomó asiento frente al resto de su familia. Su esposa, quien se miraba preocupada, lo abrazó suavemente. Todos a su alrededor permanecieron en silencio, esperando que el líder del clan rompiera la incomodidad del momento. No lo hizo.
-¿Qué pasa con la chica?- preguntó Emmett, sin poder soportar su curiosidad. La mirada reprobatoria de Esme lo hizo arrepentirse, pero todos deseaban saber la respuesta.
-No lo sé con certeza, hijo.- el hombre se veía insatisfecho, como si se tratase de un caso sin solución. –Ella es tan distinta al resto…- Y así era. Isabella Marie Swan Vulturi era una exterminadora, entrenada por la realeza vampírica. No era una más del montón, sino una inmortal con un poder indescriptible.
Edward se levantó y subió las escaleras. La figura de la joven de orbes violetas se encontraba recostada en el sofá de su habitación. El vampiro de ojos dorados se arrodilló a su lado, acariciando las mejillas pálidas y frías. No podía soportar esa verdad, pero la chica ante él estaba muriendo. Parecía imposible, algo descabellado, pero era cierto.
-Bella…- susurró suavemente. No pudo soportarlo, quería que sus ojos se abrieran de nuevo. Levantó la mano de la chica y clavó sus dientes en la misma muñeca donde Heidi lo había hecho décadas atrás. La sensación no fue diferente a la sentida al tratarse de un humano, excepto por la sangre inexistente.
Comenzó a preguntarse una y mil veces si eso serviría de algo, pero sus dudas se fueron cuando Isabella se movió torpemente en el sofá. Su pecho comenzó a subir y bajar de forma exagerada, sus mejillas enrojecieron y perdieron su color en un segundo, sus labios se separaron y gritó. Todo aquel dolor reflejado en sus facciones solo era posible ante el veneno de un depredador inmortal.
Carlisle Cullen subió a gran velocidad las escaleras, apartando de un empujón a su hijo mayor de la joven. Sus ojos mostraban reproche, pero tras todo el malestar por una decisión tan repentina podía percibirse una duda infinita ante las convulsiones de ese frágil cuerpo ante ellos. No había forma de saber lo que ocurría. Todo era cuestión de tiempo.
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Los pies de Edward Cullen lo guiaban una y otra vez por la misma línea invisible de su habitación. Iba y venía, deteniéndose sólo para contemplar a la vampiresa inconsciente ante él. La familia había desistido de sus intentos de estar cerca del chico, por lo que todos habían salido de casa.
-Bella, por favor…- sus ruegos no habían surtido efecto en los últimos tres días, el tiempo estimado para la transformación. Aún así, él seguía insistiendo. –Bella, cariño, tienes que abrir los ojos…- sus blancos y largos dedos siempre acariciaban las frías mejillas de su compañera, quien permanecía en un profundo sueño.
Isabela Swan estaba atrapada en un mundo de sombras, igual al que la había hecho presa la noche en que su madre fue asesinada por una bestia sin sentimientos. Recordaba la transformación en el callejón y su llegada a Volterra, nada comparado con esto que sentía. Inicialmente le había dolido ser mordida, pero pronto eso pasó. Ahora solo quería abrir los ojos.
-Bella, tienes que hacerlo…- los lamentos de Edward se fueron colando uno a uno en la vampiresa, quien intentó con todas sus fuerzas volver a esa realidad tan lejana y distorsionada. Sabía que su regreso a Italia no demoraría, pero aún debía dar las gracias a esa familia que le había brindado un apoyo tan necesitado en el momento oportuno.
Isabella abrió los ojos lentamente, sintiéndolos extraños. Pudo distinguir a Edward recargado en la pared contraria al sofá, dándole la espalda. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios al leer los pensamientos del vampiro, quien recordaba las ocasiones que había estado cerca de ella. El primer y accidentado encuentro en el prado, el beso en el estacionamiento… Pensaba en ella, y eso le gustaba.
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-Ha despertado.- sentenció Alice a mitad de la cacería. Sus hermanos se detuvieron a centímetros de ella, esperando la decisión de Carlisle. –Creo que debe estar con Edward.- murmuró entre risas la chica de negros cabellos. Sus padres asintieron conscientes del sentimiento tan profundo que albergaba el primero de sus hijos en su corazón.
Los Cullen estaban al tanto del cariño que escondían los ojos dorados de aquel chico tan serio y solitario. Les alegraba saber que la razón de su cambio estuviera recuperada una vez más.
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Isabella se movió rápidamente, sin dar oportunidad a Edward de percatarse de su despertar. Se acercó a él y pegó su cabeza a la fuerte espalda del muchacho, quien suspiró su nombre con alivio. Edward estaba prisionero entre una pared y aquella frágil criatura que descansaba en él, pero no le importó una vez Isabella le rodeó.
-Edward.- había susurrado ella antes de que él decidiera girarse y quedar frente a frente. Dos pares de ojos dorados se contemplaron uno al otro. El chico mostró cierta incredulidad en sus facciones, lo que alertó a la castaña de algo fuera de lo común. En un segundo ya no se encontraba ahí.
Edward había salido de la habitación a paso lento, intentando saber donde se encontraba la chica, sin escuchar un solo ruido en la casa. La idea de su partida le aterró, pero pronto dio con ella. Isabella se encontraba de pie frente al espejo del baño, mirando con recelo sus ojos de un matiz dorado.
-Bella.- la voz de terciopelo la regresó al mundo de nuevo. Sus miradas chocaron de nuevo y esta vez fue Edward quien se acercó lo suficiente para abrazarla. Ella no dijo nada, pero se refugió entre los fuertes brazos que la aprisionaban.
Sin embargo, cientos de preguntas rondaban la mente de la vampiresa, quien se sentía terriblemente intimidada por esos ojos dorados que la miraban desde el espejo. ¿Cómo había pasado eso? Los Vulturi se entretendrían mucho con eso, burlándose de ella y buscando una explicación lógica.
-¿Por qué son…dorados?- preguntó de repente, en un susurro, tocándose el rostro.
-Tu corazón se detuvo.- comentó Edward, guiándola de regreso a su habitación. –Tuve que morderte.- Bella se quedó helada, asimilando esa simple información. -¿Qué sentiste?-
No sabía si había o no sentido algo. Buscó en su mente alguna sensación, algún recuerdo, pero no había nada. Sólo oscuridad. Una visión la abrumó mientras pensaba. Era ese día o nunca. Debía confesarle a Edward la verdad, decirle quien era. Pero, ¿la rechazaría? Negó con la cabeza una y otra vez, tratando de apartar esas ideas de su mente. Sin embargo, no podía pensar que él vería todo con buenos ojos.
-Isabella.- le llamó Edward de nuevo, pasando su mano frente a los ojos de la chica. Ella le contempló fijamente con esos ojos color oro. Debía admitir que seguía siendo hermosa, aún cuando su mirada violeta se hubiera perdido. -¿Pasa algo?- se golpeó mentalmente por preguntar tantas veces lo mismo, pero realmente estaba preocupado por aquella joven de castaños cabellos.
-Hay algo que debes saber.- él la miró con desconcierto pintado en sus finas facciones. ¿Qué es lo que deseaba decirle la joven? ¿Tan importante era como para discutirlo en un momento tan tenso como aquél? Asintió, dispuesto a escucharla. –Yo no soy quien crees.- comenzó, sintiéndose dentro de una absurda película romántica. –Soy una asesina.- bajó el rostro, mirando el piso.
-¿Lo dices por lo de tu padrastro?- preguntó. –Yo entiendo eso. Si hubiera estado en tu lugar…- ella no le dejó continuar. No era así.
Isabella lo miró directamente a los ojos y le acarició con el dorso de la mano una pálida mejilla. Edward cerró sus ojos, dejándose llevar por esa suave caricia. Ella colocó sus palmas contra las mejillas y las dejó ahí, rogándole que la mirase, y el obedeció. Sus orbes doradas emitieron un brillo extraño, tornando sus ojos más oscuros, como dos pozos de chocolate fundido.
-Bella, ¿qué…?- no pudo terminar, se había quedado sin palabras. Comenzó a ver en su cabeza, como si fuera una película, la vida de la joven Swan. Su infancia y adolescencia, ese pasado que les había narrado, su despertar. Un escalofrío le recorrió cuando vio ante sí a los tres gobernantes vampíricos. Aro, Cayo y Marco le sonreían con admiración, al tiempo que la conducían por aquellos oscuros pasillos y la presentaban a la guardia real.
Edward quiso saber más al instante. ¿Qué hacía ella en un lugar como ese, con esa gente? Tardó en darse cuenta que ella era parte de los Vulturi. Cuando lo hizo, su desconcierto fue tal que tuvo que parpadear varias veces, incapaz de concebir tal idea. Presenció las diversas cacerías de la mujer, quien conducía a los humanos indefensos a aquellas viles bestias sedientas de sangre y poder. Gimió al escuchar los gritos de aquellas personas muertas en manos de esos seres nocturnos.
Isabella mantenía los ojos cerrados, diciéndose a sí misma que todo saldría bien al final. No daba crédito a lo que estaba haciendo. ¿Por qué le contaba todo aquello a Edward Cullen? ¿Qué lo hacía tan especial?
Las primeras misiones de exterminio lo dominaron completamente, volviéndolo incapaz de apartarse de aquellas imágenes que por momentos deseaba apartar de su mente. ¿Cómo una criatura tan hermosa podía volverse un demonio de esa forma? Sin embargo, en su interior sabía que ella sólo realizaba el trabajo que le había sido demandado y, a su vez, protegía la existencia de su especie.
No justificaba tantas muertes al decir eso, pero si se reconfortaba con la idea. Isabella Marie Swan Vulturi era una exterminadora, poseedora de grandes habilidades y dones. Entendió a la perfección por qué se encontraba en Estados Unidos y la razón por la que se había relacionado con aquella vampiresa de cabellos rojos. Todo se fue aclarando. Y en ese momento, aún viendo lo que ella había vivido, se dio cuenta que estaba enamorado de esa vampiresa. Y nada podría cambiarlo nunca.
Isabella retiró las manos de su rostro, esperando una reacción. Sabía que Edward la rechazaría tan pronto fuera capaz de hablar de nuevo. Suspiró resignada, esperando lo peor. Unos brazos la atrajeron hacia un duro y frío pecho. Una de las manos del chico la sujetó por la cintura y la otra se enredó en sus cabellos cafés, acariciándolos. Ella se dejó abrazar, con la mente echa un caos total. ¿Qué significaba aquello?
-Bella, yo…- Edward no encontraba palabras para decir aquello que deseaba. ¿Cómo hacerlo?
-¿Crees que soy un monstruo?- cuestionó ella, devolviéndole el abrazo. Él negó; no sería capaz de algo así. –Gracias.-
Ambos permanecieron en silencio, abrazados. Edward sabía lo que deseaba en ese momento y no se iba a detener hasta conseguirlo. Bella conocía lo que él más anhelaba y lo iba a dejar intentarlo. Los muros habían caído y él la conocía en realidad. Cerró los ojos, disfrutando la cercanía de Edward, deseando no separarse de él nunca. Ambos se necesitaban, no había duda.
Edward la apartó un poco, para luego colocar unos cabellos rebeldes detrás de su oreja. Ella sonrió, con un nuevo brillo en su mirada. Se permitió acariciarle la mejilla, escuchándola suspirar suavemente. Antes que alguien rompiera aquella burbuja mágica o alguno de ellos decidiera hablar de lo ocurrido, el hijo de Carlisle acortó la distancia que los separaba.
Los labios de ambos se movían suavemente, disfrutando el contacto de sus bocas y su piel. Los brazos de Bella pasaron por el cuello de él, atrayéndolo más hacia sí. Él delineó sus labios con la punta de la lengua, pidiendo permiso para explorar su boca; ella se lo concedió. Siguieron besándose por minutos que no parecían trascurrir, pues el tiempo se había congelado tan pronto sus labios estuvieron juntos.
Se separaron al escuchar la puerta principal ser abierta. El resto de la familia había llegado, deseosos de saber lo que había ocurrido en su ausencia. Ellos bajaron juntos, dedicándose miradas divertidas de vez en cuando, dato que para nadie pasó desapercibido. Se sentaron en la sala con el resto, dispuestos a responder sus preguntas.
-Así que los Vulturi, ¿eh?- cuestionó Jasper, pensativo. Jamás se hubiera imaginado que la joven fuera miembro de la guardia real.
-Digamos que soy alguien importante.- repuso ella, divertida. Alice rió encantada con aquella confesión, notando la confianza que depositaba la muchacha en ellos.
-¿Qué es lo que haces?- preguntó ahora Emmett, sin dejar de mirarla.
-Al principio era sólo cazadora.- comenzó. –Me encargaba de buscar humanos y llevarlos al castillo, junto con Heidi.- todos asintieron, algo molestos. –Después me convertí en exterminadora.-
-¿Qué quieres decir con eso?- preguntó de nuevo el rubio, deseando confirmar sus sospechas.
-Lo que han presenciado anteriormente en el prado…-comenzó ella. –Era una misión encomendada por Aro. Debo buscar neófitos que causen disturbios y asesinarlos. En este caso, también a sus creadores.- asintieron.
-¿Qué hacías en el bosque la primera vez que te vimos?- preguntó Alice, sonriendo.
-Tenía hambre.- todos rieron.
-Supongo que Edward te la quitó.- rió Emmett, recordando aquella vergonzosa escena.
Y así siguieron, hablando de cosas que ahora no parecían tan importantes, pero que sí causaban interés en todos. Isabella les habló de cada miembro de los Vulturi, enumerando sus habilidades y debilidades. Resaltó los atributos de Heidi, molestando a Rosalie. La fuerza de Félix, para enfado de Emmett. La inteligencia de Demetri, quien era un rastreador de los más calificado, llamando la atención de Jasper y produciendo los celos de Edward. Las ocurrencias de Alec, quien parecía más hiperactivo que la misma Alice.
Carlisle y Esme sonreían, seguros que la chica lo hacía a propósito. Y no se equivocaban. Ella comenzaba a disfrutar los rostros molestos y los puños crispados de sus nuevos amigos. Verlos de esa forma le recordó mucho a los tiempos en Volterra, por lo que su sonrisa decayó. Por un momento creyó que su celular sonaría y la alegre voz de Heidi la recibiría, felicitándola por la misión lograda. Más no fue así. Su hermana no le llamó, ni ese día ni el resto.
Cuando todos decidieron ir a sus habitaciones, Bella se despidió alegando que debía volver a casa. Y así lo hizo, con Edward a su lado. Había pedido que no se fuera con ella, que permaneciera con su familia, pero él se había negado, alegando que era con ella con quien más deseaba estar en ese momento. Y ella lo agradeció enormemente.
Pasaron la noche contándose cosas, hablando de sus deseos y sus planes para los próximos años. Ella pensaba en su regreso a Italia y las nuevas misiones, él no concebía la idea de su marcha. Mientras ella conversaba sobre Volterra y lo que haría al llegar, él le robó un beso.
Isabella no se opuso a que lo hiciera el resto de la noche. Sabía que eso no era correcto, que alguien saldría lastimado al final. Sin embargo, ella le quería de un modo que nunca había querido a nadie. Acaso, ¿así se sentía estar enamorada? Le dejó abrazarla y acostarse a su lado, susurrarle palabras dulces al oído y besar sus mejillas. Le dejó ser el caballero con el que ella soñaba de pequeña.
Y esa noche fue suficiente para que decidiera intentarlo. Le daría a Edward Cullen la oportunidad que le pedía. Lo dejaría ser su Romeo, y ella sería su Julieta; aunque ninguno de los dos muriera al final. Y ahí cambiaron sus planes, ya no pensando en Italia y los Vulturi, sino en Edward y los Cullen. Y se dio cuenta, también, que ya nada volvería a ser como antes.
Si se iba o se quedaba, nada sería igual. Su vida estaría vacía de cierta forma, pues habría perdido a una u otra familia. Quería estar con Edward, pero también con Marco. Se permitió pensar en su maestro y amigo, y se cuestionó con quien debía estar en ese momento. Unos dedos acariciando su mejilla le dieron la respuesta. Ese era su lugar, lo sabía.
Se permitió juntar sus labios con los de Edward una vez más, como lo habían hecho cuando le contó su verdad. Y fue dulce y cálido, a pesar de sus labios fríos y sin vida. Porque estando a con él se sentía aquella frágil y soñadora humana que había sido alguna vez. Y esa sensación ya no le parecía tan enfermiza como en un principio.
Y por fin logró entender aquél sentimiento que la apresaba a cada segundo. Ella, Isabella –Bella- Swan, estaba enamora de Edward Cullen. Y no podía evitarlo.



Acerca del Autor

Nos dedicamos a brindar información a todos los fans de la Saga Crepúsculo. Desde entonces nos hemos encargado de cubrir premieres, eventos, actualizar día a día nueva información sobre el cast. Después de que terminó la épica Saga en Noviembre del 2012, seguimos los proyectos de cada actor como corresponde.
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1 comentario:

  1. OMG!!! cada vez me enamoro mas de esta novela! La amo!! ♥

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