Cap 11 al final cruz de navajas

Por Sarah Catheryn   Publicado a las  10:43 p. m.   9 comentarios

Cap 11 Hielo.
El cielo de Forks se encontraba cubierto por gruesas nubes negras. El aire corría con fuerza, revolviendo los cabellos de los habitantes del pequeño poblado. Poca gente se encontraba fuera de casa, pues la tormenta era tan que no dejaba mucho lugar al cual ir. Era habitual que lloviera, pero no con tanta fuerza. Sin embargo, eso no parecía molestar a la chica castaña que avanzaba entre los altos árboles del bosque tras su casa.
Sus pies pasaban sobre charcos de agua estancada, ensuciando sus zapatos nuevos. Iba calada hasta los huesos, con la ropa pegada a su escultural figura. Sus largos cabellos castaños se removían inquietos por culpa del viento. Sus ojos dorados estudiaban con atención aquél camino repleto de piedras y troncos caídos.
Seguía caminando, ajena al frío del exterior. Su dura piel parecía jugar competencias con el agua, todo para descubrir cuál de las dos se encontraba más helada. A veces se preguntaba que sentiría de ser humana, pues hacía mucho tiempo no le tocaba pasar por algo así. Posiblemente estuviera muerta de frío, bajo una gran colcha y con una taza de chocolate caliente entre las manos. Sonrió al recordar cuando era capaz de hacer aquello.


-Isabella.- llamó una voz, nombrándola. Ella se giró, topándose con aquella encantadora joven de revoltosos cabellos negros y finas facciones de duendecillo. Sonrió en respuesta, saludándola en silencio. –Estás empapada.- dijo Alice, riendo divertida por el aspecto de la castaña. –Ven conmigo.- la sujetó de la mano y la condujo al prado donde se encontraba el resto.
Saludó a Esme primero, pues era quien se encontraba más cerca. La atractiva mujer de cabello color caramelo la recibió con un gran abrazo y un beso en la mejilla. –Me alegra que hayas venido, Bella.- había dicho ella, sin apartar esa sonrisa maternal de su rostro en forma de corazón.
-No me perdería el juego por nada.- respondió la chica, despreocupada. Sabía que los Cullen solían jugar béisbol cuando hacía buen clima, es decir, los días de tormenta. Así los fuertes impactos del bate contra la pelota asemejarían el horrible sonido de los truenos. Recordó cuando aquellos ruidos no la dejaban dormir, y como su madre solía acurrucarse a su lado para que ya no tuviera miedo. Definitivamente, los días de lluvia eran su punto débil.
-¿Qué dices, Bella?- preguntó Edward, mirándola con un peculiar brillo en sus ojos de oro fundido. Ella sonrió, incapaz de dar respuesta a la pregunta que desconocía. Él lo entendió de inmediato, soltando una leve risita que captó la atención de todos. –Te preguntaba si deseas jugar.- esa sonrisa torcida que a ella tanto le gustaba permaneció bailando en sus labios, intentando convencerla de unirse a aquel llamativo juego.
-Prefiero ver.- dijo por fin, ganándose una cálida mirada de Esme, quien siempre se quedaba fuera de aquella práctica tan americana. Carlisle Cullen, en compañía de los dos rubios de la familia, formaban el primer equipo; los ‘hermanos’ Cullen eran el segundo. Tres contra tres, hermanos contra hermanos, compitiendo entre ellos, vampiros jugando béisbol.
-Realmente le haces feliz, cariño.- escuchó pensar a Esme, la madre de Edward. Sonrió, algo cohibida por aquella confesión tan silenciosa. –Aunque no lo creas, él ha cambiado. Y puedo notar que tú eres la causa de esa sonrisa que ahora siempre luce en su rostro. Y ese brillo en sus ojos…- ella no continuó, notando la turbación en el rostro de su compañero. –Disculpa.- pronunció de forma rápida, para luego volver a centrarse en el juego.
Isabella se alejó de Esme, sintiéndose extraña en su presencia, pero sólo lo suficiente para aún poder ver el juego. Se centró en los bates que golpeaban una y otra vez las pelotas, así como la forma y velocidad con que estas surcaban el aire y desaparecían de la vista. Sonreí cuando veía a Edward correr y regresar con la pelota en su mano, victorioso.
-Ella realmente es especial para él.- pensó Rosalie, mirando discretamente a la chica de orbes profundas. –Supongo que la ama. - se encogió de hombros, volviendo al juego.
-¿Ella sentirá lo mismo que él? - se cuestionó Jasper, mientras esperaba tras la primera base. –Ella parece tan despreocupada, tan perdida y él… Edward se ve como un tonto enamorado. Es un poco vergonzoso.- el Hale se rió de su propio chiste, divertido.
Edward también escuchaba los pensamientos de su familia y eso, a pesar de lo acostumbrado que estaba, lograba ponerlo incómodo. Ya no por lo que se decía, sino porque Bella también debía estarlos escuchando. –Tranquila, no debes hacerles caso. - pensó para ella, buscando su mirada. No la encontró, pues ella jamás volteó a verlo. Suspiró algo desilusionado y centró su atención en la pelota que Emmett estaba por lanzarle.
La lluvia cesó cuando Carlisle empató el marcador. Todos bufaron, decepcionados por el empate. Sabían que pronto volvería a llover y podrían continuar ese juego, pero ahora debían conformarse con el resultado. El líder de aquel Clan de vampiros vegetarianos abrazaba por los hombros a su esposa, demostrándole todo su afecto. Emmett besaba a Rosalie con una pasión desbordante. Alice abrazaba a Jasper, contándole los planes que tenía sólo para ellos dos.
Edward bufó ante esas parejas melosas, buscando, mientras, a Bella con la mirada. Ella se encontraba a varios metros, cabizbaja. Corrió hacia ella, deteniéndose justo enfrente. Ella no levantó la mirada y él no la obligó a hacerlo. Se quedaron así por minutos que parecieron eternos, en un silencio sepulcral. Él, preocupado por su condición; ella, nerviosa por sus dudas.
Y justo cuando Edward tocó su hombro, Isabella alzó el rostro. Sus ojos chocaron con los del otro; dorado contra dorado. Él sonrió, acariciando las suaves mejillas de la muchacha. Ella, por su parte, suspiró. Edward fue acercando su rostro, hasta que sus labios estuvieron a escasos centímetros de los de ella. Bella acortó la distancia que los separaba, dejándose deleitar con el néctar de su boca.
Cuando aquel beso fue roto, ella se atrevió a hacer la pregunta que tanto temía. –Edward, ¿acaso tú…?- se detuvo, aún dudando si debía proseguir. Él le dio ánimos, sonriéndole de esa forma torcida, tan sexy. -¿Me amas?- sus palabras flotaron en el aire. Pasaron uno, dos, tres segundos. Él se encontraba mudo, convertido en una estatua de hielo. Ella no le miraba, aún esperando una respuesta que no sabía si iba a llegar.
-Bella.- habó él por fin, posando una mano en su mejilla. –Te amo más que a nada en este mundo.- le besó la frente, esperando su reacción. Ella sonrió, alegre, emocionada, enamorada. -¿Tú me amas?- le devolvió la pregunta, sonriendo. Ella asintió. -¿Qué tanto?- cuestionó, inconforme, curioso.
-Más de lo que tú puedes amarme.- repuso ella, besándole el pecho. Él se rió, pensando que aquello no podía ser verdad. –Sabes que no miento.- dijo ella, ofendida.
-No, no lo sé.- le respondió él. –No puedo leer tu mente.- se burló, molestándola.
-Pero puedes ver en mis ojos la verdad.- aquellas simples palabras lo desencajaron. No esperaba una respuesta como aquella; no, no de ella. Sonrió como tonto una vez más, ofreciéndole la mano para volver a casa. Ella la tomó, observando sus dedos entrelazados. Y supo que ahí era donde debía estar, ahí con él, de esa forma.
Caminaron juntos hasta la casa de los Cullen, acompañados por un cómodo silencio y un cielo que comenzaba a despejarse. Llegaron mucho después que el resto y también mucho más sonrientes. Todos los miraron y también a sus manos, pero no efectuaron comentario alguno. Sabían que ese par era un tanto peculiar, pero que debían estar uno junto al otro. No había nadie más allá afuera esperando a Bella, pues Edward ya lo había hecho toda su vida.
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-Tu familia realmente te quiere.- había señalado Isabella, mirando por el gran ventanal de la habitación de Edward. –Lo sé por… sus pensamientos.- aquella simple confesión parecía avergonzarla, como si ella tuviera la culpa de escucharlos a casa segundo.
-A ti también.- dijo él, abrazándola por la espalda. –Eres lo mejor que nos ha pasado.- susurró en su oído, ganándose una mirada de reproche en el reflejo del cristal. Sonrió sólo para ella, mostrándole sus blancos y perfectos dientes. Ella se rió, de forma tan hermosa que a él le dolió.
-¿Qué pasará cuando debe irme?- preguntó ella, bajando la mirada. -¿Pensarás en mí cuando esté en Italia?- aquello rompió el corazón del joven de cabello cobrizo.
-Aún quieres irte.- habló, apartándose de ella. Bella se giró, viendo su espalda. –Supongo que no puedo cambiar eso.- repuso con voz amarga. Ella se acercó y le hizo frente, buscando esos ojos que alguna vez, años atrás, fueron verdes.
-No quiero irme, pero debo hacerlo.- susurró ella, acariciando su rostro. –Es mi deber como Vulturi.- aquello no pareció suficiente para él.
-¿Y cuál es tu deber contigo misma?- le cuestionó, retándola con esos fríos ojos negros. Ella bajó el rostro, sintiéndose impotente. Se dio la vuelta y dejó la habitación, bajando la escalera ante la atenta mirada del resto de la familia. Todos habían escuchado aquella conversación, llegando a la misma conclusión. Edward bajó minutos después, pero ella ya no estaba cerca para disculparse.
Se dejó caer en uno de los sillones, siendo regañado mentalmente por cada vampiro presente. Sabía que Isabella se encontraba ahí con el fin de exterminar a aquellos neófitos que amenazaban el pueblo y agradecía enormemente haberse topado con ella en su camino. En ese momento se preguntó por qué ella seguía ahí, a su lado, puesto que había concluido su deber días atrás. Se sintió culpable al saber la respuesta, ella permanecía en ese lúgubre pueblo por él.
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Isabella corrió por el bosque, incapaz de apartar aquella pregunta de su mente. ¿Cuál era su deber consigo misma? ¿A qué se refería Edward con aquella pregunta? ¿Cuál era la respuesta? Se detuvo en mitad de aquella frenética huída, incapaz de ver lo que había detrás de aquellas palabras. Su deber… ¿Cuál era? Siguió el mismo camino, ahora andando lento, mientras reflexionaba.
Horas después llegó a su casa, algo ausente. Subió la escalera sin darse cuenta, para luego entrar a la primera habitación y dejarse caer en la suave cama. Y se quedó ahí, mirando el descolorido techo. Deslizando sus ojos por las desteñidas paredes azules. Sintiendo el colchón bajo su espalda y la almohada bajo su cabeza. Y cerró los ojos, como si quisiera dormir. Permaneció quieta, sumida en sus pensamientos, hasta que unos pasos la alertaron de la llegada de otra persona.
Edward se encontraba subiendo las escaleras en ese instante, deseoso de verla. No se levantó ni abrió los ojos; no se movió ni un centímetro, ni emitió sonido alguno. Él la contempló con tristeza, sabiendo que la había herido. Se acercó a la cama y se tumbó a su lado, abrazándola contra su pecho. Bella abrió los ojos lentamente, contemplando la mirada llena de disculpa de su compañero. Sonrió dulcemente, tratando de mostrarle que todo estaba bien, pero no bastó.
-Edward.- susurró ella, mientras se fundían en un beso cargado de sentimientos encontrados. Ninguno deseaba perder al otro, pero muy en el fondo de sus corazones sabían que tarde o temprano debía pasar. Ella no podía quedarse en Forks, y él no podía ir a Italia. Quizás si pudiera marcharse y formar parte de la guardia Vulturi, como ella, pero eso significaría apartarse de su familia o arrastrarla con él, y ella no lo dejaría hacerlo.
La sintió estremecerse bajo su cuerpo y por un momento se sintió como un adolescente normal, cegado por la pasión. Deslizó una mano por la silueta femenina, deteniéndose en las prominentes caderas de la muchacha. Ella acariciaba su espalda, bajo la camisa de algodón. No iban a detenerse, lo sabían. Siguieron besándose con rudeza, acariciándose con devoción y desvistiéndose con prisa, para luego fundirse en uno solo.
Y así pasaron aquella tarde y el resto de la noche, demostrándose el amor que se profesaban con cada mirada, con cada caricia, cada beso y cada roce. Solo ellos dos, uno junto al otro.
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Los siguientes días no fueron distintos. Emmett y Alice constantemente se burlaban de Edward, intentando molestarlo con sus absurdos recordatorios de su virginidad perdida. Él intentaba no prestar atención, pero solía fallar ridículamente. Sólo la musical risa de Isabella lo calmaba, recordándole, una y mil veces, por qué la amaba.
Carlisle y Esme solían reír junto con ella, notando la felicidad de ambos muchachos. Mientras que Jasper y Rosalie rodaban los ojos y chasqueaban la lengua, rogando al cielo que alguna vez se detuvieran aquellas estúpidas bromas de mal gusto. Principalmente las de Emmett, quien cada vez era menos discreto y más gráfico.
-Vámonos de aquí.- había pronunciado Edward una de esas cansadas tardes, tomando a Isabella de la mano. –Estoy harto de escuchar a Emmett.- Dios, era tan lindo cuando hacía eso. Ella se rió tontamente, observándolo apretar el punte de su nariz con dos dedos. -¿Qué pasa?- le había preguntado, con la curiosidad brillando en sus ojos. Y Bella había negado, divertida.
Caminaron juntos, tomados de la mano, brincando troncos y charcos de lodo. Él guiándola, ella dejándose llevar. Y fue así como llegaron a aquel hermoso lugar, que reclamaron como suyo desde que lo vieron. Era un enorme prado, rodeado por árboles verdes y bellas flores coloridas. En ese lugar todo parecía más tranquilo y normal. Estando ahí eran sólo Edward y Bella, sin problemas ni presiones, sin burlas ni deberes. Eran ellos, sólo eso.
Ambos recostados sobre el suave pasto, observando las finas nubes cubriendo el cielo del pueblo, sintiendo la brisa correr. Uno junto al otro; él acariciando sus cabellos, ella acariciándole el pecho. Unas tontas sonrisas adornando sus labios. Ambos cerraron los ojos, dejando que la paz de aquel lugar los llenara por completo.
Ese sería su lugar secreto y no le hablarían a nadie de él nunca. Podían ir en cualquier momento, juntos o por separado, para disfrutar de esa belleza sin igual. Sería un lugar para pensar en el otro y en uno mismo, para sonreír, reír o desear llorar. Porque en ese lugar se encontrarían con el otro cada vez que fueran y sentirían el amor en el aire al estar ahí.
-¿Sabes cuándo volverás a Volterra?- preguntó él, sentándose para observarla. Ella le imitó, mirándolo directamente a los ojos. Negó con la cabeza. –Ojala nunca lo hicieras.- habló de nuevo, sin dejar de contemplarla.
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Isabella se encontraba en su habitación, leyendo un viejo libro que Esme le había prestado. Mientras la noche daba paso al amanecer, algo cambió en ella. Por alguna razón, su cuerpo ahora parecía distinto. No le dio importancia, pensando que tal vez se había sumergido bastante en la lectura. Sin embargo, una duda surgió en ella cuando clavó su vista de nuevo en aquellas amarillentas páginas.
Se levantó y fue directo al baño, a mitad del pasillo. Su reflejo la dejó sin aliento. La mujer que la contemplaba lucía más pálida y con unas ojeras amoratadas bajo sus brillantes ojos rojos. Se acarició el rostro, comprobando que se trataba de ella. Esos ojos estaban muertos e impregnados de sangre. El brillo que había caracterizado a su mirada por tanto tiempo se había marchado, dejando en su lugar un vacío y una frialdad que jamás había visto.
Buscó los pupilentes violetas, pero no mejoró en nada. Su mirada seguía siendo roja, más perversa que la de los Vulturi. Una furia animal corrió por su cuerpo, obligándola a romper el cristal y partir su imagen en miles de pequeñas copias. Se miró la mano, sintiéndose avergonzada por esa acción tan inhumana. Y la realidad la golpeó de lleno: ella no era humana.
Nuevos sentimientos se apoderaban de ella, convirtiéndola en una esclava de sus impulsos. Se debatía internamente entre ser la de ayer o la de hoy. Quería llamar a Edward y preguntarle que estaba ocurriendo, pero a la vez se decía que él no sería capaz de entender nada. Y le dolía comenzar a pensar en él como un simple estorbo más.
Ese día no fue a la mansión Cullen, lo que extrañó a todos sus habitantes. Alice no la veía en ninguna de sus visiones; no había señal de ella. Edward había corrido hasta su casa, para encontrarla en su habitación, como días atrás. Sólo que esta vez ella no había actuado de igual forma, cuando él se había recostado a su lado, ella, bufando, se puso de pie y desapareció en un parpadeo. Él la había seguido, notando la forma en que ella le ignoraba o le respondía de forma cortante.
El día siguiente había estado en la enorme casa blanca, mirando a todos con esos ojos rojos. Nadie entendía lo que le ocurría, por qué en momento volvía a ser la chica dulce que estaba enamorada perdidamente de Edward, y al siguiente segundo era esa vampiresa sin corazón. Su personalidad y actitud estaba variando. Y esos ojos rojos brillaban con malicia, de forma espeluznante.
Y hubo un momento donde la situación se salió de control. Bella estalló violentamente, afectando a todos por su control de emociones y el de Jasper. Rosalie y Alice empezaron una discusión sin precedentes, Emmett y Jasper se gruñían. Edward la había tomado de la mano para sacarla de ese lugar antes que algo peor ocurriera, llevándola de vuelta al prado que había visitado días atrás.
-¿Qué es lo que te pasa?- preguntó Edward, soltando violentamente su muñeca. Isabella clavó sus ojos rojos en él, mirándolo con un frialdad que no esperaba. Su sonrisa logró asustarlo un poco. Ella parecía toda una cazadora en ese momento, asechando a su presa. Edward apartó su mirada, pensando lo que podría haber cambiado para que ella fuera de hielo, de nuevo.
-Isabella.- una tercera voz pronunció, rompiendo el tenso silencio. Él de cabello cobrizo se giró veloz, observando fijamente a la dueña de aquella voz. Sus ojos se abrieron con sorpresa. Ante ellos, arrodillados sobre el pasto, se encontraban cinco figuras ocultas tras capas rojas. No había duda alguna, ellos eran de la guardia Vulturi.
Isabella sonrió. Y aquello fue lo que más alarmó a Edward. Esa sonrisa siniestra bailando en sus labios.
Cap 12
Visitantes
Isabella. Esa había sido la única palabra dirigida por aquél grupo de siniestros seres. Edward los contemplaba receloso, incapaz de identificar a cualquiera de ellos. Estaba seguro que se trataban de miembros de la guardia Vulturi, pero lo que más llamaba su atención es que ninguno hubiera emitido sonido alguno en los últimos minutos.
La exterminadora permanecía de pie ante ellos, mirándolos con atención. Edward podía imaginarla leyendo sus mentes bloqueadas, estudiando sus motivos para estar en Forks y los planes para ella. Sin embargo, la sonrisa sádica en el rostro de la muchacha no le inspiraba ni una pizca de confianza al chico, quien se había apartado unos pasos de ellos.
La castaña extrajo de sus ropas dos pequeñas dagas que giraron entre sus dedos. Edward estuvo seguro que Isabella se volvía peligrosa al tener cualquier arma entre sus manos. La vio girar una y otra vez, y vio el movimiento de las blancas manos de su dueña. Estaba embobado, intentando comprender toda aquella situación.
-Vete a casa.- la escuchó decir. Negó con la cabeza. –Vuelve con Carlisle y no se acerquen a nosotros.- exigió, mirándolo con esos ojos violetas, iguales a los del primer día. Él no se movió. Vio como la muchacha señalaba a la figura de en medio con su dedo índice. Cuando Isabella movió su dedo hacia arriba, el vampiro ante ellos se puso de pie.
La chica de orbes violetas movió su mano de nuevo, atrayendo a la otra persona hacia ella. –Quítate la capa, hermana.- la mujer obedeció, dejando caer hacia atrás el gorro rojo. Ambas sonrieron, mirando directamente a los ojos violetas de la otra. –Pueden moverse.- todos se levantaron. En ese momento fue que Edward entendió lo que ocurría en aquel prado. Isabella Swan estaba ejerciendo control sobre los cinco vampiros, impidiéndoles cualquier movimiento que pudiera ponerlos en peligro. Se preguntó de dónde había sacado ese don.
-Sigues siendo igual de molesta.- había susurrado una de las vampiresas, mientras se quitaba la capucha y mostraba su rostro infantil. Las otras tres figuras la imitaron, revelando sus identidades.
-¿Esa es forma de tratar a tus hermanos?- preguntó la mujer de cabello caoba, contemplando a Bella con sus ojos violetas cargados de curiosidad. –Creí que te daría más gusto el vernos.- sonrió, mostrando una hilera de dientes blancos.
-Heidi, Demetri, Félix, Alec, Jane.- habló la chica, mirándolos a todos con diversión. –Jamás hubiera imaginado que se trataba de ustedes.- su voz se perdió en aquel silencio. Ninguno dijo nada más, sabiendo que aún eran analizados por un par de ojos dorados.
-¿Quién es él?- cuestionó Alec, señalando al curioso espectador.
-Edward Cullen.- anunció la joven. Edward se acercó a ellos, pero Bella lo inmovilizó. –No lo toquen.- les advirtió. Los escuchó reír.
-¿Qué lo hace especial?- preguntó Jane, mirando al aludido fijamente. Edward comenzó a retorcerse ante el don de la pequeña, el cual era causar un enorme dolor físico.
-Detente.- ordenó la castaña. – ¡He dicho que pares!- la niña cayó al suelo, dolorida. Y Edward volvió a estar quieto. –Es uno de los hijos de Carlisle.- les dijo amenazadoramente. –Saben lo que nos haría Aro si…- no hubo necesidad de continuar. Todos sabían que su maestro estaría furioso si algo le pasara a su buen amigo.
-Entendido.- murmuró Félix, mirando con lástima al vampiro vegetariano. Edward le regresó la mirada, encolerizado. ¿Quién se creía ese sujeto? No pudo seguir maldiciendo, pues fue testigo de la forma en que el otro sujeto abrazaba a su Bella. Quiso moverse, pero ella se lo impedía. –Ya suéltala, Demetri.- se burló el hombre. –No quieras molestar más al pobre chico.- ambos hombres miraron al de cabellos cobrizos, para luego reírse estridentemente.
-¿Entonces, Isabella?- le preguntó Demetri, mirándola seductoramente. Ella sonrió, guiñándole un ojo.
-Quiero que vayan a la casa que me dio Aro.- todos asintieron. Tenían órdenes estrictas de darle el control. –Esperen ahí. Iré donde Carlisle para anunciar su llegada.- la miraron divertidos. –Tienen prohibido cazar a cualquier humano.-
-Marco no lo dijo antes.- habló Heidi, pasando un brazo por los hombros de su hermana. –Tenemos indicaciones para ponernos a tu servicio de inmediato.- la castaña sonrió con burla. Sabía cuáles eran las intenciones de ese grupo y no iba a permitirles engañarla.
-Vayan.- exigió. Antes que pudieran pestañear, los cinco habían desaparecido. –Demonios.- susurró, al tiempo que dejaba a Edward volver a moverse. –Lamento lo de Jane.- se excusó, caminando hacia él. –Por una razón te pedí que te fueras, Edward.- él no dijo nada, preguntándose dónde demonios estaba la chica dulce que lo había enamorado. Sin embargo, ante él podía ver a la verdadera Isabella Vulturi.
-Bella.- le llamó él, deteniendo su andar. -¿Qué buscan?- cuestionó, conociendo de antemano la respuesta.
-A mí.- aquellas dos simples palabras devastaron por completo al vampiro de ojos dorados, quien era consciente de la pronta marcha de la joven. –No debes preocuparte.- susurró ella, acariciando su mejilla. –No me iré.- juntó sus labios con los de él, deseando que sus palabras fueran reales.
Ambos caminaron, tomados de la mano, a la mansión Cullen. Reunieron a todos los miembros, quienes los miraban con cierta preocupación. –Isabella tiene que informales algo.- anunció Edward, mirándola seriamente.
-Cinco miembros de la Guardia Real han llegado a Forks. No cazarán a ningún humano, no deben preocuparse por ello. En este momento se encuentran en mi casa, esperándome. No deben acercarse a ellos por nada del mundo. Los cinco son excelentes y tienes dones asombrosos. La combinación de ellos fue lo que me permitió cumplir la misión para la que fui asignada. Les pido que no se acerquen a mi territorio por ningún motivo.- pronunció lo último mirando detenidamente a Edward, quien apartó la mirada. –Nos veremos después.- no dio tiempo a preguntas, simplemente desapareció.
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-¿Cuánto tiempo más va a tardar?- preguntó Alec, mientras se dejaba caer en uno de los sillones de aquella casa. –No entiendo cómo puede vivir aquí.- repuso de inmediato, comparando la morada de Isabella con el castillo en Volterra. –Yo no podría.-
-Es por eso que la han enviado a ella y no a ti.- respondió Félix, pasando su dedo por la mesa del comedor. Nada de polvo. –Me pregunto qué hace para matar el tiempo.-
La puerta fue abierta en ese momento. Isabella se movió por la sala lentamente, como si no hubiera reparado en la presencia de todos aquellos seres inmortales en su casa. Sentía sus miradas clavadas en ella, pero no le dio importancia. En ese momento lo principal era prepararse para lo que se le venía encima.
-Supongo que sabes la razón por la que estamos aquí.- habló Heidi, sin mirarla. –Tenemos órdenes estrictas de llevarte a Italia viva.- Isabella sonrió ante aquellas palabras. –Si te resistes nos veremos en la obligación de luchar contigo.-
-No lo haré.- habló la joven de cabellos castaños, mirándolos a todos con diversión. –Iré a Italia con ustedes y hablaré con mi maestro. No deseo seguir siendo miembro de la guardia, pero tampoco escaparé de mis responsabilidades.- aquella confesión dejó a todos mudos. Heidi apretó los puños en sus costados, sabiendo lo que eso significaba.
-Si es lo que deseas.- murmuró Jane, con una sonrisa triunfal.
Isabella recogió las pocas cosas que había llevado consigo y abandonó aquella casa en compañía de sus hermanos. Sabía que no podía despedirse de sus amigos y mucho menos de Edward y eso le dolió en lo más profundo de su alma. Caminaba con ellos, mirando la nada. Todos sabían lo que pasaba por la mente de aquella joven que había llegado para cambiar sus vidas. Lo habían notado en el claro. Edward Cullen significaba mucho más para ella de lo que estaba dispuesta a mostrarles.
-Sabía que esto iba a pasar.- pronunció Heidi, rompiendo el silencio. –No quería admitirlo, pero lo sabía.-
Isabella permaneció en silencio. No podía comparar su vida en Italia con su estadía en Forks, pero no quería alejarse de Edward. Le amaba del modo que jamás pensó que podría amar a alguien. Siguió su camino, deseando que el dolor no la desgarrara hasta después de haberse presentado ante sus maestros.
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Edward se encontraba inquieto. No dejaba de caminar por la casa, pasando una mano por sus cabellos o mirando la hora. Isabella le había dicho, antes de llegar a la mansión, que podría verla en el prado después de medianoche. Sin embargo, el tiempo no parecía dispuesto a cooperar. Sus hermanos lo contemplaban con cierta lástima, pero a la vez incapaces de ocultar su turbación al saber que varios Vulturi estaban cerca.
Cuando por fin llegó la hora acordada, Edward corrió fuera de la casa para reunirse con la chica que amaba. Llegó al prado, pero ella no estaba. La esperó, más nunca llegó. Temiendo lo peor, se dirigió a la casa de la joven, aunque ella se lo hubiera prohibido. No había nadie. Fue en ese momento que se dio cuenta de lo que realmente había pasado. Ellos se habían marchado.
Quiso seguirles, pero no había un solo rastro. Volvió a la mansión, rogando a Alice para que los encontrara. No había futuro para ellos. Edward sabía que alguno de ellos estaba usando un don para ocultarlos, pero quería pensar que no era Bella. Habló con Carlisle, le expuso sus miedos y todos estuvieron de acuerdo en viajar a Italia y buscar a la vampiresa.
Lo harían a la mañana siguiente. El líder del Clan aún debía avisar en el hospital y ellos debían preparar las maletas y arreglar los detalles del viaje. No podían hacerlo parecer sospechoso. Después de todo, ¡por qué la familia se marcharía de un momento a otro a Europa?
Esa noche le pareció a Edward la más larga de toda su vida.
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-Ponte esto.- la voz de Jane sólo mostraba fastidio. Isabella atrapó la capa roja que le lanzaba la pequeña demonio, maldiciéndola por lo bajo. Esa niña era insoportable. –Espero que cuando lleguemos sepas comportarte.-
Aquellas palabras habían terminado por desencadenar la furia de la castaña, quien estuvo a punto de despedazar a la pequeña de orbes rojas. Fue Heidi la que logró calmarla al colocar una mano sobre su hombro y mirarla con reproche. El camino le había parecido a Bella de lo más inquietante. No sólo porque todos permanecían en silencio, sino porque sabía a lo que se enfrentaría tan pronto estuvieran en Volterra.
Se detuvo abruptamente. Todos se giraron a verla. –He tenido una visión.- habló por fin. –Los Cullen tomarán el primer vuelo a Italia mañana.- los demás asintieron. –Debemos llegar antes.- ese fue el detonante. Corrieron a velocidad vampírica, perdiéndose entre los árboles del bosque.
Isabella siguió pensando en esa visión. ¿Por qué ellos viajarían tanto para buscarla? Sabía que Edward lo haría, tarde o temprano, pero no deseaba que fuera en ese momento. Aún tenía que pasar por muchas cosas, quizás iría a juicio, tal vez la mataran. No había duda alguna, las cosas se pondrían feas a partir de ese momento.
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-Date prisa, Alice.- exigía Edward, mientras bajaba la escalera con su maleta. –Debemos llegar rápido a Volterra.- el joven tenía la mirada apagada y el ceño fruncido. Era evidente que se encontraba preocupado y deprimido. No había ido de caza últimamente, por lo que sus ojos comenzaban a oscurecerse levemente. Carlisle y Esme pasaron a su lado, discutiendo algunas cosas sobre la ciudad Italiana y sus habitantes.
Emmett pasó corriendo por la sala, llevando a Rosalie de la mano. Ambos se mostraban algo extraños, por lo que suponía que habían estado “jugando” antes de marcharse. Movió la cabeza de un lado a otro, apartando esas horribles imágenes de su mente. La duendecilla bajó unos minutos después, tomada de la mano con Jasper. En su rostro se dibujaba una sonrisa, lo que no anunciaba nada bueno.
-Vámonos.- asintieron. Llegaron al aeropuerto media hora antes que partiera el avión. La gente no dejaba de mirarlos, pensando en lo atractivos que eran todos. Edward no podía dejar de escuchar a los hombres hablar de sus hermanas y a otras tantas chicas de él. Se sentía enfermo con tanto morbo. Y sólo a él le molestaba toda aquella atención. Gimió, haciendo reír a varias personas.
-Tranquilízate, Edward.- le habló Esme, acariciando sus cabellos. –Pronto estaremos con ella.- asintió, receloso. ¿Qué pasaría si no la dejaban volver con él? Posiblemente tendría que quedarse en Italia. Y si lo pensaba bien, no era tan mala idea. Podría unirse a los Vulturi y estar con Bella para siempre. Si, no sería tan malo. Pero, ¿y su familia? Gimió de nuevo.
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Isabella se colocó el gorro de la horrible capucha roja. Miró ante ella la ciudad imperial y se preguntó lo que ocurriría ese día. Había intentado verlo, pero al no haber decisiones que tomar, nada se mostraba. Caminaba con paso decidido, encabezando aquella fila de vampiros. Heidi iba detrás de ella, clavando sus ojos violetas en la espalda de su hermana. Ambas se preguntaban que ocurriría a partir de ese momento.
Aro, Cayo y Marco esperaban a la recién llegada en la sala principal del palacio. Las esposas se encontraban en otra habitación, disfrutando sus vidas sin fin. Los tres sabían que Isabella se acercaba a su destino y esperaban con impaciencia los detalles del trabajo que había realizado. Marco presentía que algo no estaba bien, pero no emitió comentario alguno. Posiblemente esa fuera la última vez que viera a Isabella y, aunque odiara admitirlo, ya se había resignado a ello.
La puerta se abrió y cinco rostros extremadamente conocidos se mostraron ante ellos. Jane y Alec fueron los primeros en entrar, sonriendo alegremente. Caminaron hacia Aro y prestaron sus manitas. Después entraron Félix y Demetri, colocándose a lado de los tres reyes. Heidi caminó despacio, con esa sonrisa sensual. Saludó a todos cordialmente y se colocó a lado contrario que los otros dos hombres. Bella permaneció de pie en la puerta, incapaz de dar un paso más.
-Isabella, querida.- le llamó Aro, con esa sonrisa que tan bien conocían todos. –Acércate.- ella lo dudó un poco, pero terminó obedeciendo las demandas de aquel vampiro de cabellos largos. -¿Quieres prestarme tu mano?- vaciló, pero terminó extendiendo su brazo hacia él. En ningún momento apartó los ojos de los de Marco, diciéndole con la mirada lo que él ya sabía. –Interesante.- pronunció serio.
Isabella se apartó de él. Dirigió su mirada a todos los presentes, estudiándolos con cuidado. Los pensamientos de todo el mundo se centraban en lo mismo: ella. Gimió como respuesta. Aro la miró extrañado, preguntándose que pasaba por la mente de la joven en ese momento. Deseó poder tocar su mano de nuevo, pero ella ya no encontraba ahí. Ahora estaba ante Marco, con ambas manos en las mejillas del vampiro.
Los ojos violetas de ella brillaron con un matiz rojizo, clavándose en los de su maestro. Ambos estaban compartiendo un momento de intimidad que incomodó al resto. Marco podía ver las imágenes que Isabella le mostraba. Su llegada, los Cullen, el colegio, Victoria, la misión, Edward, sus amigos, su novio, el prado, los Vulturi, Volterra, Aro… Una serie de imágenes y situaciones maravillosas.
En ese momento entendió lo que sentía Aro al leer la mente del resto. Sonrió complacido por lo que Isabella compartía con él, pero a la vez se sintió decepcionado de los sentimientos que expresaba la muchacha. Ella deseaba marcharse y estaba seguro que se lo impedirían. Él tampoco deseaba perderla, pero no había nada que pudiera hacer.
-Isabella- le llamó Cayo. -¿Cuál fue el resultado de la misión?- los ojos rojos de la muchacha volvieron a ese color violeta. Sonrió complacida, mirando a Cayo. Éste clavó su mirada en esa extraña sonrisa amenazadora. La vio avanzar hacia él y cerró los ojos, sabiendo que pronto se enteraría de todos los detalles.
Solo dos capitulos mas y es el final!!!

Ruptura
Isabella se alejó de su maestro Marco, mirándolo divertida. Dirigió su vista a los presentes una vez más, leyendo sus patéticos pensamientos. Por primera vez se sentía capaz de dominar a todos aquellos seres, incluso podría quitarle a Aro el poder que ejercía sobre la especie nocturna. Sin embargo, lo que ahora más anhelaba su muerto corazón era ver a Edward Cullen sonreír sólo para ella.
-Cayo.- habló la mujer, con ese tono seductor que solía despertar la pasión de Demetri, quien solía rondar a la copiadora de dones. El chico no tardó en sonreír, deseoso de volver a escucharla susurrar, aunque ninguna de sus palabras fuera para él. Se había dado cuenta en el prado de los fuertes sentimientos que ese insignificante lector de mentes expresaba por la joven, pero eso no era lo que le había sorprendido, sino que ella correspondiera a ese sentir. –Mírame.- ordenó la chica, clavando esos ojos como la sangre en el hombre.
Rojo contra rojo. Los ojos de la castaña eran fieros, amenazadores, sólo mostraban odio. Definitivamente, ella estaba despertando de ese bello sueño que había durado más de cincuenta años. La misión de Heidi había sido todo un éxito la noche que salió a buscarla. Aro conocía las habilidades que aquella pobre chica, víctima de un hogar violento, poseería en un futuro. Y así, la mujer de orbes violetas, la trajo a Italia. Esa era una verdad que nadie dudaba y todos conocían, salvo la misma Isabella.
La habían entrenado para poder usarla a su voluntad. Jane tuvo que dejar de ser la favorita de su maestro para cederle el lugar a la recién llegada: una chica de largos cabellos y piel de porcelana. Ella no se removía inquieta entre gritos de dolor o miedo, respiraba como normalmente lo haría y sus ojos chocolate se habrían de repente, mirándolos a todos con curiosidad, aunque ella sólo viese manchas oscuras. Fueron tres días de cuidados y caricias, donde se preguntaron si realmente sería una de ellos.
Cuando aquellos ojos rojos se abrieron, toda duda desapareció. Isabella Marie Swan Vulturi había vuelto a nacer, sólo que esta vez sería para no morir jamás. Marco la quiso desde el primer momento, aún no hablaba, pero Aro conocía sus pensamientos. Él quería un juguete de hielo, uno que no fuera a romperse del mismo modo que su esposa. La acogió, le enseñó a cazar, a ocultarse, la educó para ser una esclava de la noche. Sin embargo, ella quería más que ser un sirviente de Aro.
Observaba desde las sombras a Heidi, preguntándose cómo era capaz de abastecer la cena. Lo descubrió en un parpadeo y comenzó a imitarla, atrayendo aún más gente que la misma joven de cabellera caoba. La ventaja de Isabella era ese rostro de niña, esas finas facciones de granito, unido a un cuerpo de mujer. Los adolescentes la seguían, reían con ella, le adoraban. Pronto Volterra fue testigo del sabor de la sangre nueva, tan dulce y a la vez amarga. Ella era perfecta en el arte de seducir.
Incluso algunos miembros de la Guardia Real sucumbían a sus encantos, convirtiéndose en presa fácil para cualquier labor. Aquella insignificante humana se convertía, día a día, en una digna heredera de todo el poder que albergaban sus maestros. Isabella anhelaba más aún. Quería salir del palacio y disfrutar las ventajas que su condición le ofrecía. Y lo consiguió. Algo temerosa y poco dispuesta a alejarse de su hermana, aceptaría cazar a su primer neófito. Y no fue sólo uno el que exterminó, fueron cientos y luego miles. Y volvió a convertirse en un ser indestructible ante los ojos del resto.
-Isabella, es suficiente.- habló Aro, obligando a la joven a separar sus manos del rostro de ese hombre de dura mirada y labios fruncidos. –Cayo ha entendido perfectamente.- ella sonrió a modo de disculpa, pero sin sentirse avergonzada en absoluto. Deseaba que todos ellos vieran las cosas del mismo modo que ella lo hacía. Quería irse, ¿por qué no la dejaban?
-Maestros, yo…- no continuó. Los tres hombres se pusieron de pie y flotaron hasta ella, como viles espectros. La rodearon, girando a su alrededor. Isabella cerró los ojos, suspiró, permitiendo que la analizaran. Dejó que tocaran sus manos y su rostro, que deslizaran sus largos dedos por las marcas de colmillos en su piel. Les permitió buscar el latido que se había marchado. Y cuando le dieron oportunidad, mostró aquellos ojos dorados que tanto amaba de sus nuevos amigos.
-¿Por qué deseas irte?- cuestionó Aro, regresando a su silla, al igual que el resto. -¿No tienes todo aquí?- Isabella sonrió, pasando sus ojos por la majestuosa sala. Se atrevió a cuestionarse una vez más la razón por la que dejaría ese bello castillo atrás, pero no le quedó duda al dar con la respuesta. Quiso hablar, pero no encontró palabras para expresar todo lo que la embargaba en ese instante. Ellos esperaban pacientes, seguros de su triunfo.
-Pensaba que así era.- habló por fin, cerrando los ojos. –No conocía más de lo que ustedes me ofrecían. Veía vampiros en otros lugares, viles monstruos vagando por el mundo, neófitos descontrolados. Y si comparaba ese bajo mundo con el de ustedes, no había duda de mi retorno a esta ciudad. Pero algo cambió, lo admito. Conocí a Carlisle y a su familia, no lo deseaba, lo juro, pero me enamoré de su forma de vida y de ellos.- tres pares de ojos no daban crédito a aquella confesión, seguros de estar escuchando mal. –Les agradezco todo lo que hicieron por mí, de verdad, sólo que no puedo seguir atada a esta oscuridad. Por eso estoy aquí de nuevo…- se inclinó ante ellos, sin mirarlos a la cara ni un segundo. –Estoy aquí para pedir mi retiro de la Guardia Real.-
La habitación quedó sumida en un silencio sepulcral. Nadie se movió ni hizo el intento de hablar. Isabella siguió de rodillas frente a esas tres imponentes criaturas de hielo. Cayo maldecía internamente que ella complicara las cosas de esa manera. Marco podía ver el respeto que emanaba aquella pequeña chica, y se sentía orgulloso de haberle enseñado todo lo que sabía. Aro, por su parte, parecía extrañamente divertido con la situación, y es que en su cabeza ya comenzaba a formarse una nueva idea para que ella no se marchara.
-Isabella, cariño, muy lindas palabras.- la voz alegre del vampiro captó la atención de todos. –Entiendo lo que dices, pero no estoy de acuerdo con tu marcha.- la sonrisa que se había posado en los labios de Jane decayó por completo. –He de admitir que has tenido el valor de dar la cara y pedirnos permiso para irte, símbolo de respeto. Aunque he de negarme a tal requerimiento.-
Bella se puso de pie, ondeando sus suaves cabellos cafés. Sus ojos dorados volvieron a ser rojos, de un color tan intenso que daba miedo mirarlos. Sabía que aquello no sería fácil, se lo repitió todo el camino, pero esperaba que con algunas palabras bien dichas fuera suficiente. Maldijo en su interior el ser tan considerada con aquellos seres.
-Si quieres tu libertad.- habló esta vez Cayo. –Debes ganártela.- los ojos de Bella se abrieron por la sorpresa. Que es lo que se proponían. Buscó en sus mentes, pero no había nada. –Deberás demostrarnos de lo que eres capaz.- Isabella sabía que aquello era un trampa. Si ella mostraba sus habilidades no la dejarían irse, pero si, por el contrario, se mostraba débil la posibilidad de morir aumentaba.
-¿Qué debo hacer?- cuestionó, mirando a los ojo a su maestro.
-Pelearás.- habló el de cabellos negros, mirando con seriedad a la preciosa niña ante él. –Conmigo.- Isabella se quedó congelada. Miró a su maestro de nuevo, interrogándole con la mirada. Él le sonrió. No podía creer su mala suerte. ¿Por qué, precisamente, debía enfrentarlo a él?
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Siete personas se internaron en la ciudad de Volterra, cubiertas por capuchas negras. Se movían a velocidad humana, tratando de no llamar demasiado la atención. Una encabezaba la marcha, dirigiendo veloces palabras al resto, que sólo asentían. Los Cullen habían tardado poco en llegar hasta Italia, pero no por ello se sentían más confiados.
Alice había tenido una extraña visión donde veía a la chica de orbes violetas rodeada por los tres reyes. Aterrada ante esa imagen había llamado a su familia y narrado la tétrica escena. Todo parecía señalar que la mujer moriría. Fueron recibidos por dos miembros de la guardia, a quienes Isabella había advertido de su llegada. Los guiaron al interior del majestuoso castillo, bellamente decorado. ¿Quién pensaría que aquel hermoso lugar albergaría a seres sin corazón, bebedores de sangre?
-Edward.- llamó la chica de cabellos negros. Él asintió, dejando caer la capucha. Los demás le imitaron. Aquel fuerte vampiro los condujo por un pasillo oscuro, desde el cual podía escuchar risas amortiguadas por duros golpes. Su mirada se volvió de hielo, temiendo lo peor. Su cuerpo se tensó y sus facciones se crisparon. Jasper colocó una mano en su hombro, calmándolo.
-¿Qué creen que pase dentro?- se atrevió a cuestionar Rosalie, caminando tras su marido.
-No lo sé, Rose.- respondió Emmett, tomándola de la mano para que se moviera más a prisa.
Cuando la puerta se abrió no creyeron lo que veían. Isabella estaba en el piso, arrodillada, con un montón de escombros a su alrededor. Edward quiso correr hacia ella, pero más guardias hicieron aparición y le cortaron el paso. No debían interferir en aquello.
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Isabella había permanecido estática. Su maestro avanzaba sigilosamente, rondándola. Ella no se atrevía a mirarle o dar el primer golpe. No quería hacerlo. En ese momento recordó todo lo que Marco le había enseñado y como un día, sin esperarlo, había susurrado su nombre. Después de eso él había hablado de nuevo con sus hermanos, riendo de vez en cuando ante alguna idea descabellada de Aro, riñendo con Cayo. Cerró sus manos en puños y se dejó caer de rodillas. No iba a hacer nada.
Marco arremetió contra ella, estrellándola contra una columna que se hizo pedazos. Isabella le permitió golpearla, cayendo al suelo entre los fragmentos de aquel bello adorno. Sus ojos se veían marrones, como cuando humana, producto de la falta de vida en los orbes dorados que había mostrado al anunciarse la lucha. Ella no podía comportarse como una asesina con él. No quería dar ese rostro. Cuando volvió a ponerse de rodillas fue que la puerta se abrió. No necesitó girar el rostro para saber que los Cullen estaban ahí.
-¡Isabella!- rugió Edward, tratando de llamar su atención. Ella se levantó y, dándole la espalda, miró a su maestro cara a cara. En un pestañeo estaba ante él, tocándole el rostro. Marco se apartó antes que ella activara su don y le diera a conocer sus pensamientos. Le dio una patada en el estómago que la hizo caer a varios metros de distancia.
Los Cullen contemplaban aquello con una mueca de asco. ¿Cómo era posible que le hicieran eso? Y peor aún, ¿por qué ella no hacía algo? No eran capaces de comprender lo que pasaba por la mente de Isabella en ese instante, nadie podía hacerlo. Ella no iba a hacer lo mismo con su maestro, aunque intentaran que lo hiciera.
-¿Por qué no hacemos esto más entretenido?- preguntó Aro, mirando con una sonrisa a Cayo. –Alec, rompe su escudo. Jane, usa tu don.- ordenó el vampiro, aplaudiendo ante lo que se venía. Ambos niños obedecieron, rodeando a la joven. Ella les miró con lástima, dándoles a entender que no perdería su tiempo con ellos.
Nadie vio lo que ocurría mientras Alec miraba a Bella, pero ella si fue consciente de lo que pasaba. Alec podía romper esa ligera barrera que había puesto entre ellos y su cuerpo. Podía detenerle, pero no lo deseaba. Jane fue la siguiente, mirándola con odio. Isabella se retorció en el suelo, sintiendo por vez primera lo que sus presas. El dolor era insoportable, pero no quería que se detuviera. Jane paró, sonriendo triunfante.
Sin embargo, Isabella se puso de pie. –No quería tener que hacerlo.- susurró, mostrando dos ojos dorados llenos de culpa. –Ustedes son mi familia.- habló de nuevo, mirando a ambos niños. Antes que alguien dijera algo, Alec y Jane se encontraban contra la pared, sus ropas clavadas al muro con gruesas dagas. Pequeñas cuchillas volaron hacia ellos, rasgando sus ropas. No hubo chillidos de dolor, Isabella no iba a matarlos.
La joven reunió coraje de su interior, el suficiente para crear un alboroto con un movimiento de sus manos. Las tres sillas volaron por los aires, mandando al otro lado de la habitación a Aro y Cayo. Sus sonrisas se habían esfumado totalmente. Marco aún la mantenía, sintiéndose feliz de lo que ella era capaz de hacer. –No quiero dañar a nadie.- murmuró de nuevo, pero la sonrisa que se formaba en sus labios denotaba lo contrario.
-Ustedes, a ella.- habló Aro, ordenando a dos vampiros atrapar a la chica. La situación se le iba de las manos. Isabella no lo dudo, movió sus manos y los dejó inmóviles. Ambos vampiros intentaban moverse, pero era imposible.
-Si eso es lo que quieren.- dijo la chica, moviendo sus dedos en el aire. Los dos vampiros comenzaron a gritar, pero nadie pudo interferir. Las pequeñas dagas los cortaron lentamente. Y luego, de la nada, un fuego violeta los consumió, dejando sólo sus cenizas dispersas en el aire. -¿Alguien más quiere jugar?- los ojos de Aro temblaban ante el terror. Esa no era la dulce niña que habían acogido. No la creía capaz de tanto. Ni siquiera en sus misiones de exterminio era así.
-Isabella.- la voz de Marco la devolvió a la realidad. –Ven aquí.- ella se movió en su dirección. Colocó ambas manos en las mejillas del hombre y él asintió. –Con que es eso.- ella le imitó. –No tienes que seguir haciendo esto. Eres libre de elegir.- le susurró, llamando la atención de todos. Isabella negó, terca.
Antes que los demás comprendieran la escena, una corriente de aire violeta corrió, destruyendo los vitrales y las columnas. Todo era un caos. La habitación estaba destruida, los muros amenazaban con caer de un momento a otro. Cuando el polvo les permitió ver algo, se quedaron sin aliento. Marco estaba en el suelo, de rodillas. No se movía ni emitía sonido. No estaban seguros de nada.
Isabella se giró hacia ellos. Sus ojos estaban negros, cargados de odio y furia. Por sus mejillas blancas corrían lágrimas rojas, alertando a todos de que algo andaba mal. Esas espesas lágrimas impactaban contra el suelo, formando pequeños charcos de sangre. Cayó de rodillas de forma violenta, rompiendo el piso. Antes que su rostro siguiera el mismo camino, Marco la atrapó entre sus brazos, acunándola en su pecho.
Los ojos de la chica se cerraron, pero las lágrimas no se detuvieron. Marco acarició sus cabellos, apartándolos de su rostro. –Ha llegado a su límite.- pronunció despacio, mirando seriamente a sus dos hermanos. –Le has quitado todo, Aro.- su mirada se oscureció por el enfado. –Ha matado a dos de sus hermanos. Sabes que ella no actúa de esta forma. Ella tiene sentimientos, es por eso que ha crecido tanto. Esta combinación de dones sólo es posible al alimentar su odio.- sus palabras se perdían en el tenso silencio. –Es posible que no despierte.-
Aquellas simples palabras golpearon a Edward con gran intensidad. En ese momento se olvidó por completo de las órdenes de los guardias y corrió hacia Isabella, arrodillándose frente a Marco. Alice intentó verla en el futuro, pero no pudo. Edward se permitió tocarla levemente, bajo la seria mirada del vampiro de sedosos cabellos negros. Se preguntó que pasaba por la mente de Bella, pero le era imposible saberlo si ella no se lo mostraba.
Carlisle le tendió la mano a Aro y Cayo, ayudándolos a ponerse de pie, pues los dos seguían en el suelo, contemplando la escena. Las esposas habían aparecido, alertadas por el escándalo. Esme estaba con ella, explicándoles lo sucedido. Demetri y Félix se mantenían a un lado, junto con Emmett y Jasper. Rosalie dudaba entre acercarse o no, al igual que Heidi. Los dos infantes ahora estaban en el suelo, arrodillados y sin decir nada. Sus ojitos siempre traviesos se mantenían serios, aún con miedo de lo que pudo haber ocurrido. Alice siguió buscando, nada.
Nuevamente la vida de Isabella parecía haberse ido. Y esas horribles lágrimas rojas no dejaban de surcar sus mejillas. Era sangre, no había duda.
Lealtad
Isabella abrió los ojos lentamente, encontrándose totalmente sola en aquella habitación que tan bien conocía. Se llevó una mano al rostro y acarició con sus dedos sus mejillas secas. Se permitió recordar vagamente lo acontecido antes, pero le pareció demasiado lejano y mortificante. Había asesinado a dos de sus hermanos, dos vampiros que la habían recibido alegremente. Y casa terminaba con la existencia de Alec y Jane…
Gimió, con el rostro oculto en las blancas palmas. No escuchó ruido alguno cerca, pero si los pensamientos contrariados de todos los huéspedes del majestuoso castillo. Se levantó despacio y se colocó la capa negra que descansaba a su lado, sintiendo el olor de Edward Cullen. Abrió la ventana, intentando que nadie se diera cuenta, y saltó por ella. Corriendo entre las calles como alma que lleva el diablo.
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-Se ha ido.- pronunció Rosalie Hale, corriendo hasta la sala principal. Todos giraron en su dirección, tratando de comprender sus palabras. Edward se puso de pie de inmediato, pero antes que llegara a la puerta sus hermanos lo detuvieron.
-Es mejor dejarla sola.- murmuró Demetri, sonriéndole con suficiencia y arrogancia al lector de mentes. El hijo de Carlisle se tensó de inmediato, ¿quién se creía ese idiota? Se llevó dos dedos al puente de la nariz y enumeró las razones que tenía para no asesinarlo, a los segundos se dio cuenta que no eran muchas. Le sonrió de vuelta.
-¿Qué fue lo que le ocurrió?- cuestionó Cayo, sin despegar su mirada borgoña de su hermano. Marco apretó sus labios hasta que sólo pudo verse una línea en su rostro. Golpeó con el puño cerrado una columna, destruyéndola.
-Isabella posee grandes habilidades.- comenzó. –Puede combinar sus dones y dar origen al poder que nos ha mostrado anteriormente. Claro que esto sólo es posible cuando su odio es alimentado al punto de perder la conciencia.- Carlisle le puso una mano en el hombro, intentando reconfortarlo. –Nosotros la obligamos a luchar, llevándola a su límite. Ella se rehusaba a hacerlo y fue entonces que los enviaste a ellos.- señaló con un dedo acusador a los hermosos niños inmortales, quienes aún no recuperaban del todo su carácter alegre.
-¿Qué tiene eso que ver?- se unió Aro a la plática, restándole importancia a la acusación con un gesto de su mano. –Ella podía haberse defendido.- Cayo asintió, aún serio.
-Cuando la barrera desaparece…- Marco se detuvo, preguntándose si era buena idea proseguir. –Cuando ya no está, su control se pierde. Esa pequeña línea que había dejado entre su cuerpo y nosotros era lo que nos protegía a todos. Dejó que los niños la atacaran como símbolo de respeto a nosotros. Nos dio la oportunidad de parar, pero no lo hicimos. Ella mató a dos de sus hermanos, dos vampiros que la vieron hacerse fuerte a través de los años.- caminó unos pasos, contemplando el suelo. –Lloró por ellos, Aro. ¿No puedes verlo?-
En la sala reinó el silencio. Por vez primera Aro se quedó sin palabras y Cayo sin pretextos. Los Cullen miraban a los tres reyes con desprecio, aunque Carlisle les pidiera que vieran las cosas desde distintos ángulos. Todos se preguntaban donde estaba Isabella, pero nadie era capaz de dar una respuesta coherente. Alice seguía sin verla y estaba segura que se debía al poco deseo de Bella por ser encontrada.
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Llovía con fuerza, como jamás había sucedido en Volterra. Isabella siguió caminando por las calles empapadas, sólo cubierta por aquella capa que había tomando en su precipitada huída. No sentía deseos de volver al palacio y dar la cara a sus maestros. ¿Cómo podría hacerlo? Se mostró como una desalmada asesinada con seres que le dieron todo cuando un monstruoso humano se lo arrebató.
Ella sabía cuáles eran las intenciones de los tres maestros cuando la escogieron como miembro de la guardia. Un vistazo a sus mentes le permitió darse cuenta del futuro prometedor que podría tener. Y fue por esa razón que hizo todo lo que hizo y llegó tan alto. No ansiaba el poder que ellos le heredarían si se los pidiera, sino demostrarles que ella les era fiel.
¿Fidelidad? Negó con la cabeza varias veces. ¿Qué demonios era aquello? Isabella avanzó, distraída. Un sollozo llamó su atención. En un callejón, oculta bajo un trozo de cartón, se encontraba una pequeña niña. Bella se permitió contemplar cada uno de sus rasgos. La chiquilla aparentaba los seis años, con grandes ojos verdes y suaves bucles castaños dorados alrededor de su rostro en forma de corazón. Sus labios dibujaron una sonrisa cuando la vieron acercarse.
-¿Quién eres?- preguntó la castaña, llamando a la niña.
-Renéesme.- dijo ella. Isabella contrajo su rostro en una mueca. –Es un nombre extraño, una combinación de Renée y Esme.- continuó, mirando a Bella con su pequeña sonrisa. –Aunque mi mamá me llamaba Nessie.- asintió, preguntándose que hacia a mitad de la nada. -¿Quién eres?- repitió la pregunta de ella.
-Isabella Swan.- dijo. –Pero mi madre solía llamarme Bella.- jugó, haciendo a la niña reír. De momento, su llanto se había ido. -¿Dónde está ella?- Nessie se pasó las manos por su vestido azul, con la mirada baja.
-Ella está muerta.- respondió en un sollozo. –Papá lo hizo.- Bella cerró las manos en puños y los juntó en sus muslos. Miró los ojos de Nessie, buscando rastro de mentira. No lo encontró. ¿Por qué le mentiría una niña de seis años sobre sus padres?- ¿Dónde está ella?-
-Donde tu madre.- respondió, sin perder detalle de las preguntas repetidas por la ojiverde. –Mi padrastro.- murmuró cuando la niña movió sus labios dispuesta a preguntar. -¿Dónde vives?- cuestionó de nuevo, sentándose en el húmedo asfalto del callejón.
-Aquí y allá.- dijo ella, agitando sus bucles. –En ningún lado.- la castaña asintió, sintiéndose identificada con aquella hermosa criaturita. -¿Dónde vives?- sonrió, deseando complacerla.
-Volterra.- la boca de la niña formó una pequeña ‘o’. No pudo evitarlo, se rió de su expresión de perplejidad. -¿Quieres venir conmigo?- al darse cuenta de sus palabras, la vampiresa cerró los ojos y gimió. Cuando los abrió de nuevo, la niña no estaba. Iba a levantarse, pero sintió unos suaves y duros dedos sobre la piel de sus hombros, apartando el largo cabello marrón.
-Vampiro.- murmuró Renéesme, riendo musicalmente. Pasó su lengua por la piel de la chica. –Iré contigo.- pronunció, al tiempo que clavaba sus pequeños colmillos en el cuello de Isabella. Ella jadeó en respuesta y sus ojos brillaron de un extraño matiz verde con toques grises. Escuchó cada pensamiento de la niña y sonrió cuando se apartó.
Isabella jaló a Nessie por el brazo, obligándola a sentarse en su regazo. La niña la contempló con unos preciosos ojos marrones. -¿Quién eres?- preguntaron ambas a la vez, mirándose a los ojos. Dos pares de ojos marrones se contemplaron con curiosidad, luego fueron rojos, violetas, negros, verdes y dorados. -¿Qué quieres?- repitieron ambas. –Vampiro.- murmuraron, sabiendo en lo que la otra pensaba.
-Eres mía.- habló Bella, clavando sus dientes en la piel de la chiquilla. Renéesme sonrió, sabiendo que al fin había encontrado un hogar. Cuando Isabella se separó, no pudo evitar la risita que se apoderó de ella. Estaba segura que no pasaría tres días inconscientes y su nueva amiga tampoco. Y sólo entonces, cuando ambas estuvieron una frente a la otra, fue que la más pequeña se permitió colocar sus manos en las mejillas de Bella y contarle su historia.
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Renéesme no era su nombre verdadero, lo sabía. Sin embargo, fue el mejor que encontró dentro de los sueños de Isabella Swan Vulturi. Una combinación de las mujeres que la vampiresa podía ver como madres. Sabía que una abreviatura era conveniente y le gustó la elegida. Ella no tenía un nombre definido, podía ser cualquiera y nadie a la vez. Quizás alguna vez tuvo uno, pero ya no lo recordaba.
Cuando era humana, su madre le adoraba y le confeccionaba vestidos hermosos para lucirla en fiestas. Sin embargo, pronto todo se desvaneció. Una noche, mientras dormía, sintió algo distinto en su interior. A la mañana siguiente fue hablando por ahí sobre fantasías y sueños que rodeaban a las personas que conocía, diciendo que era capaz de conocerlas con sólo mirar los ojos. Nadie le creyó, por supuesto.
No se rindió y corrió por las calles, hablando con cuanta persona vio. A los días ya no había mimos ni palabras dulces. Todos en el pueblo decían que estaba loca, enferma. Era consciente, para su corta edad, de lo que sucedía. A la gente le costaba aceptar sus más grandes ansiedades, pues algunas eran lo bastante sucias para catalogarlos como basura en la sociedad. Ella lo sabía, pero no servía de nada.
A los meses su vida de ensueño se desvaneció. Lo que en un principio se dijo eran juegos de niña, pronto se volvió un grave problema. Tenía cinco años, pero su razón se perdía con cada segundo. Sólo pensaba en cuentos de hadas y criaturas de terror. No sabía ninguna otra cosa ni deseaba aprenderlas. Para Nessie sólo era realidad lo que para otros se convertía en tonterías sin sentido. Y fue ahí cuando la llevaron a aquél horrible lugar. Esa fue la última vez que vio a sus padres, quienes la empujaron al interior y jamás volvieron.
Una noche, algo extrañó pasó. Escuchó ruidos en los alrededores, aunque no deseara hacerlo. Había gente gritando y llorando. Podía ver los sueños que se desvanecían a mitad de la nada. Pensamientos que se perdían en la oscuridad. Una chica gritaba de dolor cerca, pidiendo que detuvieran el fuego. Dos hombres se gritaban palabras mordaces e insultos. No los conocía, pero estaba segura que no eran como ella.
Corrió hacia la puerta, pero estaba cerrada. Comenzó a gritar, ansiosa. Deseaba ir donde la otra chica y parar su sufrimiento. Esa muchacha de cabello negro que gritaba sin control era la única que la había tratado bien alguna vez. Alice, pronunció lentamente en sus pensamientos, viéndola en los recuerdos de Isabella. Cerró los ojos con fuerza cuando una figura destrozó su puerta y la sujetó por el cuello con violencia. Vampiro, pensó de nuevo, evocando su imagen.
Y gritó cuando aquellos colmillos destrozaron la piel de su cuello y succionaron su sangre. Gimió al sentirse a punto del desmayo, pero eso no sucedió. Cayó al piso, sintiendo su cuerpo arder. El vampiro la tomó entre sus brazos y la llevó consigo, ocultándola en el exterior. Luego desapareció en la oscuridad. Le costó mucho abrir los ojos tres días después. Se encontraba sola y con sed. Cazó lo primero que encontró en su camino, un ciervo indefenso. Lo devoró rápidamente, preguntándose qué habría pasado con la otra transformada. Cuando volvió a aquel horrible lugar, no quedaba nada.
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Edward Cullen caminaba por la sala, agobiado. Su familia y los Vulturi lo contemplaban en silencio, tratando de no pensar demasiado. Fueron un par de tacones los que le advirtieron de la llegada de alguien que había desaparecido el día anterior. Y era cierto, ahí estaba Heidi. Se acercó a su maestro y le dio la mano, complaciéndolo. Nadie tuvo que leer su mente para saber que no encontró a la vampiresa de cabello castaño.
Si, ya iban cuatro días desde que salió por la ventana. La lluvia se había llevado su rastro, impidiéndoles seguirla. Además, ¿por donde empezar? Ella no estaba en Volterra, se los confirmaron los guardias desde el primer día. Podía estar en cualquier lugar del mundo… Edward detuvo sus pensamientos cuando un olor familiar llenó sus sentidos. –Está aquí.- murmuró, avisando a los demás.
Las puertas se abrieron a la par, mostrando la figura delicada de Isabella Swan. Llevaba un ajustado vestido de tirantes, azul celeste, que mostraba sus blancas piernas. Sus zapatos de tacón sonaban al tiempo que ella danzaba hacia el centro del salón. El cabello marrón le caí en bucles por los hombros y la espalda. Y esos labios rosados se curvaron en una sonrisa, al tiempo que sus ojos verdes brillaban por la emoción.
Todos contuvieron el aliento. Ojos verdes, pasaba por su cabeza una y otra vez. Verdes.
-Verdes.- repitió la castaña en voz alta, mirándolos a todos con superioridad. -¿Es todo lo que pueden pensar?- se rió musicalmente. Antes que alguien respondiera, ella corrió hacia Marco y le pasó los brazos por el cuello. El hombre la contempló con los ojos abiertos, incapaz de creer lo que presenciaba. A la chica no pareció importarle, pues se sentó sobre sus piernas y esperó paciente le correspondiera. Cuando el de negros cabello lo hizo, ella le acarició el rostro y sus ojos se volvieron de un color gris.
-Bella.- murmuró Edward, contemplando a la chica desde lejos. Emmett mantenía una mano sobre su hombro y Jasper le imitaba del otro lado. Sabía que si lo soltaban podría cometer una estupidez –No entiendo.- susurró. Nadie lo hacía.
Isabella se separó de su maestro y danzó con gracia ante la vista de todos. Se detuvo delante del hijo mayor de Carlisle, y enredó sus dedos en su cabello cobrizo. –Tú también eres mío.- murmuró, besando sus labios suavemente. Edward se congeló ante el contacto, tratando de procesar la información. Cerró los ojos, pero ella se retiró sonriendo.
Los ojos de todos los presentes se cerraron con un chasquido de los dedos de Bella. La escuchó girar sobre sus zapatos, riendo. Alguien se le unió, compartiendo su alegría. Cuando todos volvieron a mirar se quedaron con la boca abierta. La castaña se encontraba en el suelo, protegiendo a una hermosa criatura de ojos verdes. Vistas de lejos, ambas parecían iguales.
-¿Quién es ella?- cuestionó Aro, avanzando hacia la recién llegada. Cuando Bella se apartó, el vampiro retrocedió dos pasos. -¿Qué has hecho, querida?- la niña era muy pequeña. Iba vestida igual que Isabella, pero su vestido era rosa. Eran como dos gotas de agua; eran iguales, pero en tamaños distintos.
-Es mía.- habló Bella, mostrando los colmillos a su maestro. Cayo comenzaba a pensar en las formas de asesinar a la niña, lo que la molestó. –Su nombre es Renéesme y se quedará conmigo.- nadie dijo nada. Isabella se puso a la altura de la niña y acarició su rostro, depositando un pequeño y casto beso en sus labios rosas. La niña se rió, llamando la atención de todos.
-¡Alice!- gritó de repente. Todos contemplaron a la de cabellos negros, con curiosidad. -¿No sabes quién soy?-
-No.- murmuró la chica Cullen, sintiéndose tonta. Alice estaba tensa ante la escena y sin sus visiones las cosas eran peores. Jasper mandaba ondas de tranquilidad por todas partes, pero hacía horas que no funcionaban. Y ahora aparecía esa niña extraña llamándola.
-Mary Alice Brandon.- murmuró la chiquilla. –Yo sé quien eres.- la joven se tensó, reconociendo su nombre humano. –Ven aquí.- su cuerpo se movió sólo. La niña había movido su manita suavemente, atrayéndola. Colocó rápidamente sus manos en el rostro de la muchacha y le mostró la realidad.
-¿Cómo hizo eso?- cuestionó Cayo, fastidiado.
-Ella tiene mis dones.- murmuró Isabella. –Y yo los suyos.- soltó una leve risita. –Debo admitir que me tomó por sorpresa su mordida.- Nessie se unió a las risas en ese momento, mientras Alice se refugiaba en los brazos de Jasper, aún sin creer lo que había ocurrido en su vida humana. Bella cargó a Nessie en brazos y besó su frente. –He tomado mi decisión.- aquello dejó a todos sin aliento. ¿De qué hablaba?
Marco sonrió, obligando a todos a recordar el momento donde le dijo a la chica que era libre de hacer lo que deseara. -¿Cuál es?- preguntó, riendo entre dientes. Él lo sabía.
-Ya he dicho antes que ustedes son mi familia.- Cayo y Aro sonrieron, Marco asintió. –Y agradezco enormemente haberme encontrado con Heidi aquella noche.- la mujer de cabello caoba se rió, divertida. –Estar con Demetri y Félix me llenó de dicha.- ambos sonrieron, guiñándole el ojo. –Alec y Jane volvieron mis días todo un reto.- el chico sonrió y la pequeña bufó. –Aro, siempre me diste lo que quise.- el asintió, sonriendo. –Cayo, eres quien me abrió los ojos a nuestra realidad cuando pensé de forma humana.- el hombre frunció el ceño. –Marco, has sido el padre que perdí hace años. Tú me protegiste, me educaste y me convertiste en lo que soy.- giró sobre sus talones, ondeando su cabello. –Gracias.- se arrodilló ante ellos, sujetando la mano de Nessie, quien estaba de pie a su lado.
-Aún así te irás, ¿verdad?- cuestionó Marco, siguiéndole el juego.
-Si, porque es a lado de Edward y su familia donde deseo estar.- respondió, mirando al chico con sus hermosos ojos dorados. Nessie se rió y también lo miró, mostrándole los ojos que Bella le había facilitado. La castaña se puso de pie y tomó a Nessie en brazos de nuevo, reuniéndose con el Clan vegetariano. -¿Puedo quedarme contigo?- le preguntó a Edward, sonriendo.
-Deja a la niña.- habló Cayo. –Nos debes lealtad, Isabella.- ella negó, abrazando aún más fuerte a la pequeña. Nessie ocultó su rostro en el cabello de ella. –Sabes que es cierto.- habló de nuevo, poniéndose de pie.
-Ya he decidido a quién serle fiel.- pronunció ella, mirando directamente a Cayo. –Y es a mí misma.- sus palabras flotaron en el aire, directas, confiadas, sinceras. –La niña se queda conmigo.- Renéesme rió, divertida. –Y pelearé por ella de ser necesario.- Aro se apresuró a decir que no era necesario, recordando lo ocurrido la última vez.
-Supongo que puedes macharte, Isabella.- había pronunciado aquel vampiro con su acento italiano. Isabella corrió a abrazarlos a penas los pies de Nessie tocaron el suelo de mármol.
-Edward.- habló la pequeña, mostrando unos ojos marrones como el chocolate. -¿Puedo quedarme contigo?- el joven la miró con curiosidad. Su mente estaba en blanco, como la de Bella. Casi podría hacerse pasar por la hija de la joven. ¡Dios! Ese pensamiento hizo a la chiquilla reír.
-Renéesme.- le llamó Bella, tomando su manita. –Nos vamos a casa.- ella sonrió, sabiendo que volvería a verse rodeada de mimos, vestidos y canciones. Extrañaba eso. Podía haber vivido siglos, pero seguía siendo una niña. Anhelaba las cosas que le fueron privadas en su humanidad. Ahora iba a tenerlo de nuevo y eso le hacía feliz.
&’
Edward se encaminó a la alcoba que compartía con Bella. Ella se encontraba de pie ante la ventana, contemplando la luna llena de aquella noche de octubre. Renéesme estaba en el piso de abajo, discutiendo con Jasper sobre a Guerra Civil. Pensar en ese pequeño torbellino de emociones lo hizo sonreír. Era tan similar a Isabella y a la vez tan distinta.
-Edward.- le llamó ella. –Quédate conmigo.- susurró, conociendo sus anhelos. –Quédate.- él sonrió, abrazándola suavemente.
-Te amo, Bella.- pronunció, mirando los ojos violetas que tanto le habían gustado. –Con todo mi ser, aquí y ahora.- besó sus labios una y otra vez. –Y para siempre.- ella sonrió.
-Te amo.- susurró, antes de volver a juntar sus labios. –Por toda la eternidad.- ambos sonrieron. Aquello no era el final, sino el principio de algo mucho más grande y hermoso de lo que las palabras son capaces de describir. Una historia nueva, donde todos serían partes importantes. El inicio de la eternidad para esta familia que estaba creciendo lentamente.
Isabella Swan había llegado a Forks para revolucionar el mundo de Edward Cullen y su familia, convirtiéndose en la persona más importante para el Clan vegetariano. Y luego aparecía Renéesme, comportándose como una niña dulce e inocente, siendo a la vez totalmente caprichosa. Ambas vampiresas se habían unido a los Cullen, volviéndose esenciales para la existencia del resto.
La puerta de la habitación de Edward se cerró, mostrando aquel símbolo impuesto por Bella. Ella había jurado no volver a usar sus poderes como en aquella ocasión, la vez que pudo morir. Aunque gracias a eso tenía a Nessie a su lado. Ahí, colgada en la puerta, brillando en la oscuridad, se encontraban sus dos dagas; las mismas que habían derramado tanta sangre.
Y ellos eran testigos de aquellas armas postradas sobre la madera. Aquellas que marcaron el pasado de Isabella Swan y le abrieron las puertas de un futuro distinto. Un futuro donde tenía una familia y al chico que más amaba. Un futuro lleno de alegrías e ilusiones. Y se permitió mirar de nuevo aquello, sonriéndole a la Cruz de Navajas que seguía fija en su lugar desde hacía tiempo atrás. Desde la última vez que las necesitó…
FIN



Acerca del Autor

Nos dedicamos a brindar información a todos los fans de la Saga Crepúsculo. Desde entonces nos hemos encargado de cubrir premieres, eventos, actualizar día a día nueva información sobre el cast. Después de que terminó la épica Saga en Noviembre del 2012, seguimos los proyectos de cada actor como corresponde.
Lee más en: Conócenos

9 comentarios:

  1. Me encanto esta historia ...Aunq no conosca a la autora la felicito...Es grandiosa....Besos desde Ecuador....

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  2. muy genial tu historia,me gustaría ser una vampiresa como Bella.....

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  3. demasiado genial tu fic te felicito escribes muy hermoso :)

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  4. Aww que lindo Fanfic estubo muy bueno .....

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  5. Anónimo4/06/2012

    me gusto mucho estubo muy bno ¡¡¡

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  6. Me encanto! es toda una combinación entre originalidad y un poco de la saga! la ame!♥

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  7. Anónimo4/15/2012

    Estuvo genial!

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  8. me encanto y fasino eh :D ya voy leyendo esto dos veces :D un saludo y beso desde peru :D

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  9. ESTA MUY BUENO ACABO DE LEERLO TODO POR K ACABO DE DESCUBRIR ESTA PAGINA Y ESTA MUY BUENO EL FIC FELICITO A LA AUTORA Y SALUDOS :D

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